Recuerdo el impacto, el calambre que sentí cuando abrí el sobre dentro del cual me habían entregado mi retratos. Era igual, era idéntica a mi madre y mis hermanos, al más grande y al mediano. Al instante, quise romper aquellas fotos. Porque lo único que me había permitido sobrellevar aquellos años, era haberme convencido de que no era como ellos, de que ellos eran los diferentes, los que no estaban bien. Y, claro, si yo no era diferente a ellos tres, era diferente a los demás, al resto de personas.