Quiero ser la que seré

Mi mamá creía que no saber leer era mi forma de protestar por no tener papá. Mis abuelos pensaban que era mi forma de reclamar por tener padrastro. Mis hermanos pensaban que era mi forma de llamar la atención para que todo el mundo me consintiera. Isabel creía que yo tenía mucho ingenio para cambiar las sílabas de lugar. Mis maestras creían, simplemente, que yo no ponía atención, que era rebelde o desobediente o torpe o inútil.

Entonces supe, estuve segura, de que sería la que sería.
Y más tarde, cuando mi mamá fue a darme el beso de las buenas noches le pregunté:
- ¿Crees que mañana por la mañana ya seré la que seré?
Mi mamá no sabía de qué le hablaba, pero no he olvidado lo que respondió sonriendo con sus ojos dulces:
- Claro que sí, Mari, cada mañana irás siendo la que serás.

Cuando entré a mi nueva escuela me di cuenta inmediatamente de que en la hoja derecha del portón había una ventanita que abrían para ver quién llamaba, y pensé que por aquella puerta iba a entrar a un mundo nuevo.

Sus premios no eran pollitos recién nacidos, sino palabras entusiastas por mis adelantos, por mi progreso, algo que me dio seguridad, confianza y certidumbre de que sí podría, de que sí iba a lograrlo.

Me gustaba soñar que ya era la que sería: una actriz, una bailarina, una pintora, una cantante, una contadora.
Como creía que nunca sabría leer “como Dios manda”, no pensaba en ser escritora (que era lo que más deseaba) ni historiadora ni maestra ni doctora ni enfermera ni secretaria.
Me gustaba aprenderme de memoria las lecciones de la escuela, con la ayuda de mis hermanos, para que nadie fuera a decir que era tonta.

(…) Le di mi retrato para que lo llevara en su corazón, y me quedé con sus besos guardados en el alma.

Mi mamá era delgada, como la abuela, morena como el abuelo, serena como la noche cuando te leen un cuento, buena como la medicina para el estómago, dulce como los mangos Manila, suave como los aguacates que untas en el pan, clara como la mañana cuando sale el sol, feliz como las mamás que se vuelven a enamorar como ella.

Tere me decía que yo era muy inteligente por lo rápida para hacer las cuentas, y me aseguraba:
- Vas a ser muy buena en lo que serás – y me abrazaba orgullosa como si yo fuera su hija.
Yo repetía por las noches como una oración: “Quiero ser la que seré lo más pronto posible”