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Crítica de My


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03 September 2023
Hay libros, historias, que se te enganchan en la piel y en el corazón. Vuelves a ellas (en mi caso ya tres veces) y sientes una y otra vez esas sensaciones poderosas. Recorres ese espacio conocido, te internas en ese mundo que ya consideras tuyo y que no deja de sorprenderte. Esa historia te sigue regalando detalles en los que no reparaste antes, situaciones que analizas desde una óptica distinta.

Tu entrega ante ese libro es total y te hace reflexionar sobre cuáles son las cosas que te hacen ser lector y entregar horas de tu vida a sumergirte en una lectura. Horas de las que no te arrepientes y que no cambiarías por nada.

La cuidad y la cuidad está muy lejos de ser una historia perfecta. Ganó muchos premios cuando se publicó, premios importantes en su género, pero no es un libro que mate de pasión a todo el mundo ni mucho menos. Hay muchas reseñas en internet y sus valoraciones son mixtas. Ni frío ni calor.

A mí me eleva.

Se puede resumir como una novela policiaca con tintes fantásticos.

Lo es.

Hay un asesinato en la ciudad ficticia de Beszel, y el inspector Tyador Borlú será el encargado de resolver el caso. La ciudad ficticia en cuestión se encuentra en algún punto de Europa del este y en un mundo contemporáneo. Pero Beszel no es una ciudad-estado cualquiera. Beszel comparte espacio geográfico con otra ciudad: Ul Quoma. Y cuando digo que comparten espacio geográfico, es que son dos ciudades que se juntan y se separan en muchos puntos. La frontera se convierte en un espacio mental allí donde se unen, en sus zonas entramadas. Los habitantes de cada ciudad deberán “desver” y “desoír” a los de la otra, solo así se mantendrán los límites. No hacerlo significa incurrir en un delito y caer bajo la jurisdicción de la Brecha, el poder por encima del poder, que hace que ambas permanezcan separadas aun cuando hay sitios en las que prácticamente se tocan.

Si me preguntan a mí, La ciudad y la ciudad es un libro perfecto.

Atesoro esta historia; me conecta con todo aquello que amo de la ficción.

Una de las cosas que más me atrae en la literatura es cuando el autor se atreve a jugar con la percepción. Mundos reales que tocan mundos imposibles. Situaciones de carne y hueso mezcladas con otras de naturaleza desconocida. A través de esos imposibles somos capaces de reconocer aspectos de nuestro entorno, de nuestro ser, de todo lo que vive dentro y fuera de nosotros. Cuando una autor logra dotar de verosimilitud ese caos que ha plasmado en tinta, es en ese punto en el que, como lectora, siento que toco el cielo y que los ángeles me reciben para llevarme a una fiesta de Heavy Metal eterna y sin resaca.

Beszel, Ul Quoma, incluso La Brecha, existen de alguna manera. Los nacionalismos, separatismos, la globalización, los asesinatos, desapariciones e injusticias de las que todos hablamos y que al final se quedan en anécdotas que se diluyen en los diarios, en las noticias, en el boca a boca, toda esta locura no es solo carne y sustento de esta novela. Es real, está allí y podemos reconocer nuestro mundo en ese merequetengue llamado La ciudad y la ciudad.

No hay que negar la circunferencia de la tierra, ni esperar que los poderosos se quiten las máscaras y muestren su cara reptiliana. Hay cosas que los ciudadanos de a pie no vamos a saber, y no por falta de explicación; el mundo gira mejor con algunas certezas guardadas en lo más profundo del armario. “Desver” y “desoir”. Pasar de largo para que la vida, ya de por sí tambaleante, siga su curso.

Los latinoamericanos lo sabemos muy bien.

Veo muchos lugares a mi alrededor que parecen parques temáticos de este libro. No he parado de pensar, como buena hija de la periferia de la ciudad que siempre he sido, en las veces que he tenido que “desver” baches en una avenida que nadie toca porque es un entramado entre dos estados y ninguno quiere pagar por ello. He tenido que “desver” el precio del transporte que depende de a qué entidad estatal pertenezca la ruta aunque hagan el mismo maldito recorrido. “Desveo” más de lo que puedo reconocer y aceptar y no soy peor persona por ello. “Desvemos” por supervivencia. Ver, a veces, no es una buena opción.

Aunque comparte rasgos con otros libros de China Miéville que he leído (su obsesión por construir ciudades más allá, del otro lado o a través de la ciudades, por ejemplo), La ciudad… es un libro mucho menos barroco, accesible a lectores que no gustan demasiado del weird fiction y de la explosión incontenible de extrañezas que habitan en las historias de este señor.

El balance entre su particular visión y la necesidad de experimentar nuevos territorios, hace que me arrodille ante él y le dé las gracias de por vida.

Esta reseña está lejos de ser una recomendación porque con La ciudad… no soy nada objetiva, porque soy demasiado fan y los fans estamos locos. Si logras caer en la tentación y no sientes mariposas carnívoras en el estómago como yo, recuerda que fue tu decisión. Pero si te enamoraste, aunque sea un poquito de “mis ciudades”, avísame para conseguirte pasaportes permanentes.

Sé que en unos años voy a volver. Viajaré a la zona más entramada de Beszel y Ul Quoma. Volveré porque quiero vivirlo todo de nuevo, porque quiero escuchar la polifonía prohibida, porque quiero retar a La Brecha. Buscaré a Borlú y conectaré con las almas que él conecta. Volveré a pisar esas tierras y será tan intenso como la primera, la segunda y la tercera vez.

Quiero volver a tocar el sinsentido de mi realidad en el sinsentido de quienes viven en esta ficción. Quiero volver por puro placer.

Mientras eso sucede, seguiré recorriendo ciudades nuevas y delirantes; todas aquellas que no he visitado y todas aquellas que China Miéville construya en el futuro.


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