No suelo buscar demasiada información sobre un libro antes de leerlo. Y es que me gusta disfrutar de la oportunidad de descubrir por mí misma las sensaciones que pueda despertar. Con esa ilusión de lo nuevo, comencé la lectura de
Lo que alcancé a contarte. Sin embargo, a medida que avanzaba en el relato, me surgió una duda muy real de si lo que tenía entre mis manos era una novela con tintes realistas o un verdadero testimonio vital realizado por una escritora. En un principio, tomé como recursos literarios el del falso pseudónimo o el del receptor imaginario al que contar los últimos momentos de una vida. Y en realidad me parecieron una gran habilidad de la autora para crear esa falsa idea de realidad. Sin embargo, al ir desentrañando definitivamente esta historia tan dura como la vida misma, me di cuenta de que, como en muchas ocasiones, la realidad supera a la ficción.
Comenzaré diciendo que, en realidad, la obra de
Mariela Michelena constituye un relato formado por dos libros en uno, con dos títulos igualmente profundos y desgarradores:
Lo que alcancé a contarte incluye dentro un largo relato titulado Sin nietos. Historia de una maternidad perdida. Ambas historias adquieren unidad gracias a una voz narrativa en primera persona que nos sumerge en dos auténticos sentimientos de profunda tristeza a los que trata de acercarse a través de la palabra. En una de las páginas dice Mariela precisamente que “para escribir, es necesario tener fisuras.” Sus palabras nacen de un punto desgarrador dentro de sí misma para convertirse en auténtica literatura.
Sin nietos está escrito bajo pseudónimo porque había un tiempo (quizá todavía lo hay) en que no se podía hablar de ciertos problemas internos como la infertilidad en primera persona. Si en Yerma se abordaba el tema desde la tragedia, en este siglo XXI de vidas más largas, de diferentes relaciones que implican un punto de esperanza, la autora tuvo que encontrar el tono adecuado entre la conciencia más desgarradora de la ausencia de nietos y el rechazo a la autocompasión. Es cierto que la infertilidad está ligada necesariamente al dolor, pero la autora ha sabido tejer también palabras de agradecimiento a la familia, a las amistades, al amor, a la vida en sí misma. Este libro es absolutamente necesario para dar voz a todas aquellas que callaron, y callan, e incluso se sintieron, y sienten, culpables porque la vida no ha querido darles hijos.
Pero cuando parece que una puede conformarse con ese dolor, se nos plantea uno mayor que envuelve al primero en forma de libro que acoge todo el testimonio de una vida.
Lo que alcancé a contarte son las palabras finales de alguien que, con un cáncer terminal, ya no quiere luchar más. Ya solo se aferra a las palabras, que en un momento olvidó como efecto de la enfermedad. Para alguien sin hijos, sin nietos, su único legado son las palabras, tal vez escritas con cierta urgencia, pero, sin duda, un testimonio o testamento de haber pasado por esta vida.
Lo más duro de esta lectura comenzó precisamente al finalizar el libro. Fue entonces cuando busqué información sobre
Mariela Michelena y descubrí que la muerte le sobrevino solo unos días antes de que yo comenzara a leer su historia. Sus palabras siempre la sobrevivirán porque son necesarias y auténticamente vitales y luminosas.