Sol de Medianoche

Mis alumnas de aquel curso volvieron alteradas después de un fin de semana de cine en el que habían descubierto a los seductores Cullen. Insistieron, una y otr vez, en su deseo de hacerse con toda la saga literaria, de bebérsela en esa misma semana y de ser Bella Swan. Introducirse en aquella historia de un vampiro enamorado de la adolescente cuya sangre se le tornaba irresistible les permitía ocupar la piel de aquella chica aparentemente normal, que escondía cualidades extraordinarias.
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Creí que aquellas novelas nos servirían para que aquellos chavales leyeran, y no anduve desatinada; las leímos todas y, además, todo aquel libro al que se hiciera referencia en sus páginas. Hablamos de Shakespeare, las Brontë, Austen... Y exploramos el papel de la mujer en esta historia. Y en otras muchas. Comentamos Drácula y la configuración tradicional del vampiro. Ellos asistían emocionados. Aún seguían esperando a un Edward obsesivo y protector, territorial y celoso, que se sentía un monstruo por su sed de sangre y, gracias a ella, justificaba su comportamiento, de otro tiempo, al que, sin duda, él pertenecía.
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Sol de medianoche (2020), de Stephenie Meyer, llega muchos años después para ofrecer la primera de las novelas desde el punto de vista del más joven de la familia Cullen. Su título hace referencia a un fenómeno natural que se puede observar en el norte del círculo polar ártico y al sur del círculo polar antártico, en el que, en las fechas próximas al solsticio de verano, el sol puede verse las veinticuatro horas del día. Si en la primera entrega de la saga vivimos en la noche polar, ahora descubriremos cada una de las emociones que atormentan a este adolescente vampiro, que lleva demasiados años cumpliendo diecisiete, y que atormenta al objeto de su amor ignorándola, para salvaguardarla de sí mismo y de su destino, a la vez que, durante el día la espía a través de los pensamientos de sus compañeros de instituto y, por la noche, se cuela en su habitación para verla dormir. Todo ello mientras se promete a sí mismo desaparecer en cuanto sea posible, en cuanto Bella se recupere de las secuelas de su humanidad, a pesar de sus promesas de quedarse para siempre. Porque él, Edward Cullen, es capaz de pensar, y de obrar, por el bienestar de ambos, sin tener el cuenta los sentimientos o deseos de su torpe y delicada humana. Siempre por amor, obviamente. Porque el amor lo justifica todo. ¿O no?
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