Un amor

En la obra la protagonista supongo que trata de esconderse, refugiándose en el incómodo útero de una descuidada casa de campo, que la sitúa en el reino de los instintos primigenios y básicos. Allí nos damos cuenta de que nada es lo que parece o cómo ella interpreta.

Nat es traductora de profesión, pero no logra acabar la traducción que está haciendo, del mismo modo que tampoco entiende a la gente que la rodea. Es paradójico, pero la novela muestra una serie de personajes que no hablan el mismo idioma, como se lo indica la anciana que a veces cuida. Eso produce hostilidad, a veces directa como es el caso del casero, otras veces encubierta.

El espacio y la ambientación en sí producen tensión e incomodidad, lo cual le confiere al libro tiene ese sabor de terror psicológico, su punto más fuerte.
A ello, hay que sumarle esos personajes que se acercan y, de pronto, actúan con una violencia que Nat vive como muy directa.

La relación entre Sara y Andreas al principio me recordó a la que hay entre Ada y Baines de “El piano”, pero nada más lejos. Aquí no hay amor verdadero.

No entendemos a los personajes tan hoscos, pero tampoco a Nat, que se refugia en el campo huyendo de algo. Cuando nos cuenta la relación con la amiga que la abandona, sabemos que lleva toda la vida buscando que le regalen amor y huyendo, supongo que del dolor.
Al final, nos da la sensación de que Nat cambia, pero no estoy segura de que sea así, aunque tampoco creo que sea necesario. Lo que me llama la atención de ella es su incapacidad de adaptarse. Se va a otra casa, pero en cierto modo sigue en el mismo lugar por mucho que en el final nos trata de transmitir que ha dado un rodeo para llegar a algún sitio. No estoy tan segura porque también esperaba que ella fuese capaz de hacerse con Sieso, al que quería adiestrar, pero no lo consigue, al que quería encontrarle un nombre definitivo, pero nunca llega a hacerlo.

Es un libro fantástico para ser llevado al cine porque muchas de las escenas son muy fotogénicas.