El Perro que Comía Silencio fue más experimental de lo que esperaba, con un cuento siendo casi puros números (órale), y la última sección "Huesos" añadiendo ilustraciones a mano alzada y pequeñas frases dignas de instapoet. Aborda cuentos desde perspectivas fascinantes: el ombligo, un gato, un perro (claro), una planta, un espejo; y las voces narrativas se ajustan a dichos personajes. Combina metáforas preciosas con un lenguaje que, esperarías, sería sencillo; pero se pone altamente poético, denso e intelectual con frecuencia. No obstante, la brevedad de los cuentitos hace que sea fácil de atravesar, y las referencias constantes a música -los personajes son músicos, las metáforas son de música- son disfrutables. Eso sí, se mencionan cosas de teoría que podrían confundir al menos melómano, je. Aún así, me hizo falta esa chispa de asombro, de terminar y decir "wow". |