El pez sigue flotando

Aunque Gina siente deseo de volcar sus confidencias sobre el buen amigo y tal vez compensarle de su decepción, con el espectáculo de su pequeña miseria, comprende que no debe hacerlo, que son cosas demasiado íntimas para que un extraño pose sobre ellas sus ojos indiferentes.

Ahora el mercero odia su soledad, porque aprendió a soñar y es triste soñar sin tener objeto donde reposar el sueño

Dentro del patio un montón de vidas diferentes, ligadas entre sí por la intimidad forzada de la convivencia.

Hoy la asustan por igual la soledad y la compañía.