Mi prima Rachel

Du Maurier: la ambigüedad, la duda, el tormento. Esa exquisita e hipnótica facultad de prendernos a través de una narración en primera persona que nos lleva por los más oscuros recovecos de la mente, con las más logradas y elegantes, nunca manidas y en todo momento necesarias, extasiantes, descripciones de la naturaleza que reflejan la mente del narrador: si en Rebeca eran los rododendros, aquí el codeso, aún más.
Maestría en el ritmo lento, los diálogos justísimos y veraces, los cliffhanger abruptos como barrancos. Leer esta Mí prima Rachel, situada en Cornualles (con un breve intermedio en Florencia sin ningún Baedeker) en un momento indeterminado de la primera mitad del XIX, es un goce arrebatador y asombroso ante la perversidad y excelencia de la autora.
Volvemos la última página del libro estremecidos y apenados, queriendo ¡Más!