—No puedo hablar del resto de las calaveras, Jimmy, porque no las he visto, pero sé que la que tengo aquí es auténtica. —Dirigió una mirada al cráneo de cristal que había encima de la mesa de su salón—. No sé si tiene tres mil seiscientos años de antigüedad, como dicen, no sé si los atlantes se las legaron a los mayas, no sé si al reunirlas, revelaran ese supuesto secreto de la vida que se dice... Pero lo que sí sé es que tiene algo extraño, algo perturbador, algo hipnótico que hace que no puedas dejar de mirarla. Tal vez me estoy volviendo loca, y soy consciente de que estoy faltando al sentido común, pero juraría que cada minuto que pasa parece cobrar más vida, como si estuviera despertando de un largo letargo en el que hubiera estado sumida durante años.
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