Parisina

«No pienses que la muerte me da espanto
A tu lado me has visto
De la batalla en el fragor; tú sabes
Que inútil en mi diestra nunca ha sido
La espada que tus siervos
De mi mano arrancaron, y más sangre
En tu propia defensa ella ha vertido
Que hará verter el hacha del verdugo

Mujer impura!
Apártate de mí!
Tu propia mano,
No la mía, implacable le sentencia:
Si tras ese espectáculo sangriento
Puedes la vida soportar, oh! vive!
En buen hora! te dejo la existencia»

«La esperanza
Ayer me sonreía,
Y una esposa y un hijo eran mi gloria!
Ese sueño fugaz se ha disipado

Y él por ella también llorado hubiera;
Mas todas las miradas anhelantes
En él fijas estaban

si esos ojos solamente
Una lágrima hubieran derramado,
Sin vacilar, millares de guerreros
Se habrían inmolado

De Parisina, infieles las doncellas,
De su falta en un tiempo encubridoras,
Buscan de salvación puerto seguro.
Y al acusarla arrojan sobre ella
El crimen, la vergüenza y el castigo.
Y nada ocultan, y el menor detalle
Que su historia confirme

Por indigna que fuese de la vida
No pudo resolverse a dar la muerte
A un ser tan bello, a la mujer querida.

El hijo, prenda de un amor culpable;
El fruto de sus locas mocedades

Y Hugo torna a su lecho solitario
Y adúlteras memorias acaricia;
Mas su culpable frente ella debía
Reclinar en el seno de un esposo
Que en la firmeza de su amor creía

Los frecuentes suspiros, los abrazos,
A aquel sitio fatal los encadenan…
Mas ay! tan dulces lazos
Forzoso es desatar