Obra poética

Tiro a un lado
los recuerdos, mientras fumo
sobre una mesa acodado.
La brisa se lleva el humo.

Mas no puedo;
y su faz, que no agoniza
dentro de mí, con el dedo
perfilo entre la ceniza...

Porque soy un solitario
que anhela olvidarla. Pero
sin horario,
¿qué hora indica el minutero?

Y al memorar todas esas
sus promesas, mientras fumo,
sonrío de las promesas...
La brisa se lleva el humo.

Y tus ojos, tus ojos donde anida el pecado...

Y en la villa me aburro, y aburrido
de mí, de ti, de aquel, de todo y nada,
vuelvo a mi soledad, como a su nido
regresa el ave herida y desplumada...

Sólo por ti, madre mía,
soy bueno. Sólo por ti,
jamás me preguntaría:
¿pero, para qué nací?

Pienso en ti, pienso que te quiero mucho
porque me encuentro triste, porque escucho
la esquila del pequeño campanario

que se queja con un sollozo tierno [...]

Nada pierdo
y gano poco
con ser cuerdo.
Mejor es volverse loco.

[...] para vivir, durmiendo en el olvido
de las mezquinas luchas cotidianas [...]

De tus alegrías
quedarán sedimentos,
sedimentos de melancolías.

Y verás lo que son las congojas
cuando lleguen los vientos,
los vientos que dejan el tallo sin hojas.

Seguí después por el atajo... Y sigo
y seguiré muy lejos de la vía,
porque mi corazón -ese mendigo
vagabundo- no quiere compañía...