Le confiaba problemas importantes, pero no el fundamental. Y él me escuchaba con atención, con fingida, hipócrita atención igual a la de todos los hombres como él que ocultaba su sonrisa de burla cuando yo le hablaba de mi vida de niño creciendo hacia la juventud en la sangre que me subía desde las piernas hasta el cerebro donde el demonio se instaló para siempre el día de mi primer sacrilegio.
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