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A fuerza de palabras de Vicente Leñero
La alegría me inundaba, aunque era una alegría efímera porque muy pronto la persona o personas que se habían tomado la molestia de escuchar mi larga relación, desenmascaraban sus verdaderos sentimientos con una mueca de repulsión o con un involuntario movimiento de cabeza. Un solo gesto, el chasquido de la boca, la manera de rascarse la nariz, era suficiente para que yo comprendiera que me habían escuchado por simple lástima, sin auténtico interés, no porque confiaran en mi cordura.
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