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Crítica de Guille63


Guille63
10 November 2023
Hablando sobre la sorpresa que le supuso el gran recibimiento que los chilenos dieron a su novela, el autor comentaba que a Bolaño no le había gustado, que “Le parecía una novelita rosa, un folletín. ¡Eso era, pues niño! ¡Un folletín cursi!”.

“…se la quedó mirando embobado, encaramada sobre una roca, con el mantel anudado en el cuello simulando una maja llovida de pájaros y angelitos. Alzando el garbo con las gafas de gata, mordiendo seductora una florcita, con las manos enguantadas de lunares amarillos, y los dedos en el aire crispado por el gesto andaluz… aplaudiendo esos visajes, esos «besos brujos» que la loca le tiraba soplando corazones, esas pañoletas carmesí que hizo flamear en su costado, quebrándose cual tallo a puro danzaje de patipelá, a puro zapateo descalzo sobre la tierra mojá, sobre el musgo «verde de verde limón, de verde albahaca, de verde que te quiero como el yuyo verde de tanta espera verde y negra soledá»”

Y así es, porque la Loca del Frente, el gran personaje que llena toda la novela, es cursi, es kitsch, porque esa es su forma de afrontar lo feo del mundo, de cara, sin esconder su condición de hombre homosexual que no ha recibido apenas educación, exagerando la feminidad, apasionándose por coplas y boleros, viejas canciones sentimentales en las que vuelca su deseo imposible por Carlos, un hombre heterosexual miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez al que ayudará por amor y por amor a él irá poco a poco comprometiéndose políticamente con la causa. ¿Y qué amor no es cursi visto desde fuera?

“Así, cual abejorro zumbón, iba y venía por la casa emplumado con su estola de: Sí, Carlos. No, Carlos. Tal vez, Carlos. A lo mejor, Carlos. Como si la repetición del nombre bordara sus letras en el aire arrullado por el eco de su cercanía. Como si el pedal de esa lengua marucha se obstinara en nombrarlo, llamándolo, lamiéndolo, saboreando esas sílabas, mascando ese nombre, llenándose toda con ese Carlos tan profundo, tan amplio ese nombre para quedarse toda suspiro, arropada entre la C y la A de ese C-arlos que iluminaba con su presencia toda la casa.”

Un personaje tierno, conmovedor, valiente, honesto, leal, que tuvo que superar un pasado de abusos y marginalidad transformando la vida a su modo, al modo que Lembel le imprime a la novela, un “modo de adornar hasta el más insignificante momento”.

“Amores de folletín, de panfleto arrugado, amores perdidos, rastrojeados en la guaracha plañidera del maricón solo, el maricón hambriento de «besos brujos», el maricón drogado por el tacto imaginario de una mano volantín rozando el cielo turbio de su carne, el maricón infinitamente preso por la lepra coliflora de su jaula, el maricón trululú, atrapado en su telaraña melancólica de rizos y embelecos, el maricón rififí, entretejido, hilvanado en los pespuntes de su propia trama. Tan solo, tan encapullado en su propia red, que ni siquiera podía llorar no habiendo un espectador que apreciara el esfuerzo de escenograííar una lágrima...”

He de reconocer que mis grandes expectativas se templaron un poco en las primeras páginas al descubrir el gran parecido que guarda tanto en el planteamiento de la novela como en el personaje de la Loca del Frente con los del clásico de Manuel PuigEl beso de la mujer araña”, de tal forma que incluso el gusto por las viejas canciones de aquel y de las películas clásicas de este se utilizan del mismo modo para que uno y otro expresen sus sentimientos hacia el imposible objeto de su amor. Tampoco estaban ayudando los muchos modismos chilenos, su lengua callejera, su lengua “marucha”, a la que tardé algo en acomodarme.

“Su son maraco al vaivén de la noche, al vergazo oportuno de algún ebrio pareja de su baile, sustento de su destino por algunas horas, por algunas monedas, por compartir ese frío huacho a toda cacha caliente. A todo refregón vagabundo que se desquita de la vida lijando con el sexo la mala suerte.”

Pero poco a poco la novela me fue ganando con una poesía que, lejos de endulzar la justa rabia que tiñe toda la novela, la realza con una belleza que trasciende el feo Chile de los años ochenta y sus feos dirigentes. Me dejé llevar por sus musicales fraseos, su barroquismo, sus juegos verbales, sus palabras inventadas, sus significados metarfoseados. Me terminó por hacer gracia su exagerado maniqueísmo que llega a su máxima expresión en la paródica pareja que forman el dictador Pinochet y su mujer, la cobardía de aquel, su homofobia, su rencor infantil de niño al que ningún otro acompañaba en sus cumpleaños, y la frivolidad y estupidez que caracteriza el parloteo interminable de ella. Me conquistó el final casablanquero con el que termina una historia que muy bien podría haber sido una de las contadas por Molina, el igualmente maravilloso personaje de la novela de Puig.

Tres estrellas y media que redondeo por y con cariño.
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