En sus momentos de lucidez, que también los tiene, el hipocondríaco reconoce de buena gana que, si puede pasar el rato inspeccionando las paredes -o el teléfono portátil de su consorte-, o palpandose las costillas, es porque no tiene ningún problema aparte de la anticipación del problema futuro. La hipocondría sería, por tanto, y de forma irónica, el síntoma probable de una quietud objetiva.
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