Matar a un ruiseñor

Qué grata sorpresa me he llevado al leer este clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. «Matar a un ruiseñor» narra los hechos ocurridos en una ciudad ficticia de la América de los años 30, donde un chico negro es acusado de violar a una mujer blanca. A través de este hecho se nos cuenta una historia en la que se ponen de manifiesto los prejuicios raciales, la desconfianza entre los habitantes de un mismo pueblo, la importancia del abolengo y los vínculos sociales y lo injusta que es la justicia (valga la redundancia) para con la población negra.

A pesar de que al inicio pensé “no es para tanto”, en conjunto me ha parecido una novela preciosa, tierna, dura y con un mensaje muy potente, que me ha ido conquistando poco a poco y que me ha enganchado irremediablemente. Esta obra es un canto a la bondad y a la igualdad del ser humano a pesar de que siempre haya alguien que luche por lo contrario y ponga piedras en el camino. Una historia de relaciones paterno filiales y fraternales, de amistad, de magia, ilusión y maldad, pero también mucha bondad.

El punto fuerte de esta novela, más allá del mensaje, es que se nos hable de estos valores desde el punto de vista de los niños, a través de ese filtro de candidez e inocencia que aplican a todo y con la naturalidad con la que ven la vida. Aunque la novela trata sobre temas muy serios y dolorosos, que esté contada por una niña la dota de mucha calidez y un sentido del humor bastante especial.

Si los personajes infantiles me han parecido fantásticos, los adultos no les van a la zaga: el enigmático Boo Radley y el maravilloso Atticus Finch me han parecido dos personajes muy completos, cada uno a su manera, y difícilmente olvidables.

Sin duda ha sido todo un acierto haberme animado por fin con este clásico que ha cumplido con creces mis expectativas, una lectura potente, pero ágil, entretenida y muy entrañable.
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