Aquella primera mañana de monzón, cuando entré en el barrio mísero e inhumano de Calcuta llamado la Ciudad de la Alegría, comprendí que era uno de los lugares más extraordinarios de nuestro planeta. Y cuando, dos años después, me marché, con una veintena de blocs de notas y cientos de horas de cinta, yo sabía que tenía material para escribir el libro más importante de mi carrera, una epopeya sobre el heroísmo, el amor y la fe, un tributo glorioso a la capacidad humana para triunfar sobre la adversidad y sobrevivir a cualquier tragedia. Durante aquella etapa, larga, difícil y a veces dolorosa, de documentación, tuve que compartir toda clase de situaciones. Descubrí como la gente puede convivir con ratas, escorpiones e insectos, subsistir con unas cuantas cucharadas de arroz y uno o dos plátanos al día, hacer horas de cola en las letrinas, lavarse con menos de medio litro de agua, encender un fósforo bajo la lluvia torrencial o compartir la vivienda con un grupo de eunucos. Antes de ser aceptado por los habitantes del barrio, tuve que aprender sus costumbres, experimentar sus miedos y sus penalidades y compartir sus luchas y sus esperanzas. Ésta es, sin duda, una de las experiencias más extraordinarias que puede vivir un escritor. Cambió mi vida.
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