La pérdida de un ser querido nos arrastra a la pena y al desconcierto. Sin embargo, la pérdida de un gran amor, dota de sentido a la palabra en sí misma. Nos perdemos, no sabemos quiénes somos, dónde estamos, por qué continuamos despertando cada mañana en un mundo que ya no tiene nada que ofrecernos. Pero si tiene algo bueno es, sin duda, cómo tambalea los cimientos de nuestras creencias. Cómo nos hace cuestionarnos si el amor es capaz de sobrevivir a la muerte, si los años no serán más que hojas de un calendario y si lo único que nos separa de nuestra otra mitad no es más que lo que los ojos pueden ver.
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