Dublineses

«Dublineses», de James Joyce, ha sido mi primer acercamiento a la literatura de este reconocido (y para mí temido) autor.

Se trata de una compilación de quince relatos que, como en cualquier libro de este tipo, por separado pueden ser más o menos buenos (para mi gusto diría que algunos incluso brillantes, como es el relato final «Los muertos») pero que todos juntos forman un curioso retrato colectivo del Dublín de comienzos del siglo XX en el que el autor plasma lo que para él es el alma o la esencia de esta ciudad, tratando temas como la situación política, los problemas sociales, la cotidianidad de sus habitantes… llevándonos a través de la lectura a recorrer esta emblemática ciudad que se erige como nexo de unión de todos los relatos.

Imbuidos de cierto halo de tristeza, derrota y pesimismo, Joyce nos muestra la inmovilidad o “parálisis” a la que tanta importancia da y que, según su parecer, domina la vida de los dublineses, y además lo hace, curiosamente, a través de una evolución cronológica desde la infancia (primer relato) hasta la misma muerte (último).

Quince historias que, en verdad, son quince revelaciones para todos estos personajes inmovilizados o anquilosados cuyas esperanzas de evolución, progreso y posibilidad de mejora son más bien dudosas.

A la satisfacción de haber roto el hielo al fin con Joyce debo sumar la de haberlo entendido y disfrutado, de haber sido capaz de captar su mensaje y haber apreciado la belleza de su prosa. Si, como yo, tenéis intención de empezar con este autor pero no sabéis muy bien por donde, creo que no me equivoco si os digo que este puede ser un buen camino. Bienvenido, Joyce.
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