Cuernos

¿Se imaginan a Gregorio Samsa negándose a aceptar pasivamente su transformación, dispuesto a castigar a una familia y a una ciudad que lo desprecia, e intentando aprovechar los aspectos positivos de su nuevo estatus? Bueno, eso es lo que hará Ig Perrish, un muchacho que se pasó de tragos y, al despertar, junto con una resaca de los mil demonios tiene un lindo par de cuernos.


Eso. Cuernos. Se levanta a mear y al mirarse al espejo tiene dos puntas de hueso claramente visibles saliéndole de la frente. Incluso duelen un poco. Pero eso no es todo: en su presencia, la gente habla sin filtro alguno, con honestidad total, y están dispuestos a contarle sus fechorías y actos malignos. Y al tocarlo, Ig se entera de los secretos oscuros de esa persona: es como si los cuernos lo conectaran con la parte demoníaca de todos nosotros.


Y Dios sabe que Ig es ya un demonio para muchos en su comunidad: acusado de violar y matar con a golpes a su novia, salió libre por falta de pruebas. Y muchos lo consideran culpable, incluso en su propia familia (ahora que nadie se contiene ante él. Ig puede saber lo que en realidad piensan...). Nuestro protagonista, entonces, no pensará en conseguir fama, poder o dinero, ni en intentar ocultar lo evidente, no. Sólo quiere castigar a quien abusó y mató a su novia, y luego... bueno, en realidad no tiene planes para después de eso.


Al igual que en La metamorfosis de Kafka, aquí lo sorprendente ocurre y no hay más explicaciones. de hecho, Joe Hill se toma muchísimas licencias, y no le interesa explicarnos por qué la gente no parece espantarse por la repentina cornamenta de Ig, ni sorprenderse de las brutales confesiones que empiezan a hacer. Tampoco se molesta demasiado en explicar el significado de la Cruz para él: nos tira como cierta la primera suposición que a Ig se le ocurre. En verdad, siempre es así; el autor no tiene interés en explicarnos nada, sino en contarnos la acción. Y en esta novela hay mucha acción, del presente y del pasado, cuando Ig conoce a su novia, a su mejor amigo, y su relación con su hermano mayor, con quien tiene un vínculo especial.


Y si he citado antes a Kafka, es porque aunque en La metamorfosis tampoco se nos explica por qué un desgraciado amanece convertido en un coleóptero (¡nada menos!), allí hay dos diferencias: la primera, se trata de una novela de connotaciones simbólicas y filosóficas, que funciona como una alegoría. Por eso podemos aceptar mejor la aparición de algo inexplicable, porque está al servicio de una idea. En Cuernos, en cambio, la aparición de lo inexplicable está al servicio de la acción, y por lo mismo, queremos saber qué diantres está pasando. Y en segundo lugar, Kafka sí es coherente con su historia: aunque no nos dé detalles técnicos, podemos ver la transformación de Gregorio y de su familia, puestos todos en el duro trance de tener un insecto en casa. Cuernos, en cambio, está demasiado interesado en su protagonista y su historia... así que, si bien asistimos a la transformación de Ig (que termina siendo un Diablo de tomo y lomo), pareciera que toda la comunidad no se entera de nada, y el buen Ig se permite hacer cualquier cosa y salir indemne...


Por último, el final es casi anticlimático. Después de haber jugado con las potencias infernales, con el Enemigo de Dios, nada menos, resulta que Ig se las arregla para buscar su propio y personal Paraíso... Sí, pues eso. Usa su imaginación, y termina arreglando una casita para pasar sus días, y que los demás se vayan a la mierda. Qué quieren que les diga, es un diablo muy yanqui, bien individualista.


Sumando y restando, una novela que parte de una premisa sumamente atractiva, muy bien escrita (si algo le sobra a Joe Hill es oficio: es de esos escritores que te cuentan de su viaje al supermercado a comprar cloro y te enganchan), pero que presenta serias debilidades en su estructura, en el desarrollo de la historia y en el desenlace.


Si te la encuentras, prueba a leerla: vas a divertirte. Pero eso es todo... y es una lástima ver a escritores talentosos desperdiciar buenas oportunidades.