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Crítica de Chrissana


Chrissana
21 March 2022
Siempre hemos vivido en el castillo es una de esas lecturas que te enganchan desde la primera línea.

"Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto."

Viven los tres solos Constance, Mary Katherine y el tío Julián.
El tío Julián está obsesionado con recordar lo que sucedió ese día y tomar notas de hasta el último detalle. Muy poca gente va a visitarles, es durante una de éstas visitas en las que relata lo que sucedió:
"La familia se reunió para cenar —dijo el tío Julian acariciando las palabras—. Nunca hubiéramos imaginado que iba a ser la última vez. —Arsénico en el azúcar —dijo Mrs. Wright, dejándose llevar, después de haber perdido todo decoro. —Yo me puse azúcar. —El tío Julian sacudió un dedo mientras la señalaba—. Me puse azúcar en las moras. Por suerte —dijo con una sonrisa insípida— intervino el destino. A algunos, ese día, los condujo inexorablemente a los brazos de la muerte. Algunos, ingenuos y confiados, dieron, involuntariamente, un último paso hacia el olvido. Algunos nos pusimos muy poco azúcar. Ese fue un argumento muy fuerte en su contra durante el juicio —dijo el tío Julian—. El hecho de que no tome azúcar, quiero decir. Las bayas nunca le han gustado. Ni siquiera de niña las tocaba."

Mary Katherine es consciente de que algo va a cambiar:
"Se avecinaba un cambio, pero nadie lo sabía salvo yo. Constance lo sospechaba, quizá; a veces la veía en el jardín mirando no a las plantas de las que tanto cuidaba ni a nuestra casa, a su espalda, sino a lo lejos, a los árboles que ocultaban la cerca, y en alguna ocasión se quedaba con la mirada clavada con curiosidad en la carretera."

Y de repente llegó el día:
"Corrí hasta la puerta de entrada y me apoyé en ella mientras oía los pasos fuera. Llamó a la puerta, al principio suavemente y después con firmeza, y yo seguía apoyada en la puerta, sentía los golpes sobre mí, sabía que estaba muy cerca."
"Volvió a llamar y luego gritó: —¿Constance? ¿Constance?"
Cuando él llega todo cambia.
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