Siempre hemos vivido en el castillo

La desgracia que ocurrió, seis años atrás, en el comedor de la casa de los Blackwood podría haberle bastado a Shirley Jackson para desarrollar una historia de terror y casas encantadas. Pero no va por ahí la cosa.

El miedo no está en la casa, vista por los habitantes del pueblo como el escenario de un crimen. La casa no resulta amenazadora para los protagonistas, sino todo lo contrario. La vida de Merricat y Constance y su tío Julian, se sucede con suma tranquilidad.

Merricat es la única que rompe con ese aislamiento, para ir a la biblioteca y al colmado. Pero esas visitas se revelan como paseos peligrosos, incómodos, ya que los vecinos la increpan y se burlan de ella. Incluso leerle la lista de la compra al dueño del colmado se convierte en una tarea terrorífica.

Y es aquí donde reside el verdadero horror de esta historia: en lo externo. Lo que más miedo despierta en los protagonistas son los vecinos y cada una de las visitas que reciben, porque se viola la quietud de su refugio. Es así como Shirley le da la vuelta al subgénero de las casas encantadas para contar otra historia: la de la persecución de los inadaptados.

Shirley da voz a Merricat, el mejor ejemplo de narradora poco fiable que he leído hasta ahora. Es infantil, extraña, cruel, y a la vez dulce. Tiene sometida a su hermana, quien la consiente en todos sus caprichos. Constance es muy indulgente con ella, maternal y dedicada a las tareas del hogar.

Me gusta pensar que Constance y Merricat simbolizan las dos caras de la personalidad de Shirley. Por un lado, la esposa, madre y ama de casa, por otro, la escritora, excéntrica y amante de la brujería y el tarot ✨

Me ha encantado esta novela.

Lean a Shirley, siempre 🤍