La maldición de Hill House

Carezco totalmente de autocontrol cuando se trata de Shirley.

No me importa nada. Comer, dormir; se transforman en cosas superfluas ante el enganche que me provoca su escritura.

No es para menos, viniendo de una escritora que tenía muy claro que había que mantener al lector inmerso en la historia. Que la ficción se escribía para quién estaba del otro lado, leyendo. Y esto se ve muy reflejado en su técnica, una que deja espacio para que el lector interprete, analice, imagine. En una de las conferencias publicadas por @editorialminuscula dijo,

«(...) el origen de cualquier obra de ficción es la experiencia humana. Esta traducción de la ficción no pasa por la mística. En parte es, creo, reconocimiento, y en parte, análisis.»

Esta no es mi novela preferida de la autora, pero no me ha dejado indiferente - como nada de lo que escribe-, por varios motivos.

El primero, porque me fascina su capacidad de controlar las emociones del lector a lo largo del relato.

El segundo, porque la construcción de la personificación de Hill House es para objeto de estudio. Sobretodo en la primera mitad del libro, donde aún "no ha pasado nada", pero la casa ya es un personaje más que se hace presente e interacciona con los demás personajes. Observa, vigila, acoge, aprieta.

El tercero, porque Shirley te posibilita dos cosas: leerla de un tirón, dejándote llevar, y releerla con tranquilidad, para desentrañar todo lo que dejó escondido en la narración.