La bibliotecaria de Auschwitz

Sabe que su obligación es odiarlo. Pero el odio se parece mucho al amor: tampoco puede elegirse.

Hay cosas para las que es mejor no prepararse. A veces hay que actuar impulsivamente.

Cuando la gente es hacinada, marcada y sacrificada como animales, llegan a creer que son reses. Reír y llorar les recuerda que aún son personas.

En Auschwitz la vida humana vale menos que nada; tiene tan poco valor que ya ni siquiera se fusila a nadie porque una bala es más valiosa que un hombre.

La vida retorna a su cauce cuando la gente se enfada por las cosas pequeñas.

Una persona que te espera en alguna parte es esa cerilla que se enciende en un campo por la noche. Quizá no pueda iluminar toda la oscuridad, pero te muestra el camino para volver a casa.

Volver a tener libros en las manos hace que la vida empiece a encajar, que las piezas de un puzzle que alguien ha roto a patadas vuelvan poco a poco a ponerse en su sitio.

Burlarse de los demás es una manera de ponerse una tirita en los propios miedos.

La vida, cualquier vida dura muy poco. Pero si has conseguido ser feliz, al menos un instante, habrá valido la pena vivirla.

La verdad es algo que arma el destino, no es otra cosa que un capricho del azar. En cambio, la mentira es más humana: la fabrica el hombre, está hecha a su medida.