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Crítica de cebazzano


cebazzano
15 November 2018
"Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos temer son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro" (Franz Kafka).

Pocos libros pueden ajustarse de manera tan perfecta a este contundente argumento del gran checo como este cuya lectura acabo de concluir y cuya autoría corresponde al último Premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro. Este libro cuenta una historia de una tristeza única, emana un desencanto tan profundo que resulta maravilloso. La escritura es perfecta y elocuentemente poética. La narración está estructurada de una manera tan sublime que me resultó imposible no sucumbir a su encanto, el libro me encantó de una forma tan completa que me sumergió en la lectura de sus páginas como hacía tiempo no lo hacía. Conecté con este libro como no lo había hecho con ninguno, ni siquiera un tremendo clásico como Anna Karenina, desde que en mi ya remota adolescencia me trasladé a los sórdidos arrabales de la San Petersburgo del siglo XIX con Crimen y Castigo y al mágico pueblo de Macondo con Cien años de soledad.

No sé muy bien si clasificar a este libro como utopía o distopía, puesto que creo que va a caballo entre ambos géneros. Los protagonistas son jóvenes alumnos de un gran centro educativo, saben que serán siempre estériles y saben que no tienen padres. Saben que son clones de otras personas y que, llegada cierta edad deberán donar sus órganos vitales hasta quedar "completos" es decir, morir. Es su destino, es la vida que les espera y ellos lo aceptan con resignación. El argumento resulta tremendamente similar al de The Island película del año 2005 protagonizada por Ewan McGregor y Scarlett Johansson. El planteamiento resulta similar salvo en aspectos puntuales:

1) en la referida película los afectados desconocen su origen, es decir, no saben que son clones, y se les hace creer que el mundo se encuentra completamente contaminado y que su única esperanza es ser escogidos para residir en "La isla". Esta elección es el método a través del cual se los embarca a cumplir con su cometido, es decir, acometer la donación de órganos y otras cuestiones médicas para las cuales fueron creados. Por otra parte, en este libro, los protagonistas no desconocen su condición de tales, saben para qué fueron creados y conocen perfectamente lo que les espera en un futuro cercano.

2) en la película en cuestión los protagonistas se rebelan contra su destino y luchan contra el mismo hasta lograr su objetivo. En este libro, no existe tal rebelión. Si bien dos de los protagonistas buscan la manera de retrasar las donaciones a fin de ganar más tiempo para ellos y alargar su vida, no puede ser equiparado al acto de levantamiento abierto que se muestra en la película. de hecho, incluso la narradora acepta con resignación los acontecimientos de la vida y lo que, con toda probabilidad, le espera.

Este libro me planteó, pues, profundas inquietudes éticas. La primera de ellas tiene que ver con la clonación en sí misma. Este es un tema espinoso e imposible de abarcar por completo en el marco de una reseña, pero como el libro gravita sobre este tema me resulta imposible no referirme al mismo. Estas inquietudes no son de ahora, provienen de mucho antes. Tuve la suerte de contar con una formación humanista completa desde muy joven, razón por la cual mis ideales, mis valores y mis convicciones se encuentran bien asentados desde hace mucho tiempo, ello a más de mis creencias cristianas que sirven de apoyo a tales convicciones. Desde siempre me opuse a la idea de la clonación, principalmente la humana.

Considero que al clonar a un ser vivo, el que lo hace juega a ser Dios. Recuerdo hace muchos años cuando una organización denominada ClonAid anunció con bombos y platillos que había logrado, por primera vez, clonar a un ser humano. Nunca se han borrado de mi mente las palabras de la jefa del equipo que anunció el "logro": "YO ESTOY CREANDO VIDA" . Pocas expresiones denotan una soberbia tan pura como la que emana de esta afirmación. Las implicancias éticas derivadas de una clonación fueron retratadas de una manera excelente en la no menos excelente telenovela brasileña O Clone (hablo de la versión original, que retrató no solo a este campo de la ciencia sino también la cultura musulmana por dentro). Una clonación es un acto completamente distinto a una fecundación in vitro o a una inseminación artificial, ya que allí no se está "creando vida" sino prestando un auxilio a que personas que no pueden tener hijos puedan tenerlos.

Algunos interrogantes bioéticos planteados por la clonación es ¿hijo de quién será el clon? ¿hijo de la mujer que le da a luz o de los padres de la persona clonada ya que tendrá su misma configuración genética? ¿podría ser considerado hermano gemelo de la persona clonada? ¿será una persona "normal" como todas o tendrá problemas especiales o características peculiares (como en este libro que son estériles)? ¿Con qué objeto concreto se haría una clonación humana? ¿Cuál es el fin concreto? Estas preguntas no constituyen siquiera el punto de partida de las tremendas afectaciones éticas.

Ciertamente, una clonación no lo será con fines altruistas, siempre habrá algún tipo de interés oculto detrás del acto en sí. Tanto en la película citada como en este libro, el objetivo de la clonación es que los clones donen sus órganos vitales, tan solo difiere el planteamiento. Me centraré en el libro. Los clones son creados al solo efecto de servir de donantes de órganos a personas que lo necesitan, no se toman en cuenta sus sentimientos, sus dolores, sus ideales, sus metas, sus aspiraciones, por eso es importante que siempre estén en perfecto estado de salud. En consecuencia, únicamente valen por los órganos que vendrán a donar, nada más. Son como carne en el frigorífico. Esto me resulta francamente espeluznante.

Otro aspecto escalofriante radica en la manera fría en que se refieren a los mismos como: "de todo, salvo humanos", dudando incluso del hecho que éstos posean alma. Esto me recuerda a las discusiones de la antigüedad acerca de si las mujeres y las personas de color tenían alma. En el caso específico de las mujeres, el Concilio de Éfeso se vio forzado a reconocer la presencia de alma en las mujeres puesto que de otra manera no podría admitirse un trato diferenciado a favor de María a quien se declaró "Theotokos" (Madre de Dios), los argumentos para justificar tal decisión necesariamente se vendrían abajo de establecerse una diferenciación.

Asimismo, en relación a las personas de color. de hecho, este fue el argumento utilizado por los primeros esclavistas a los efectos de comerciar a estas personas en carácter de esclavos, recuérdese que en la antigüedad los esclavos no necesariamente provenían de África sino que eran deudores insolventes, prisioneros de guerra, etc. Empero, una vez que la aventura de las exploraciones marítimas tuvo su auge, el comercio de esclavos llegó incluso a contar si no con el beneplácito directo al menos con una autorización indirecta de parte de la Iglesia con la bulas Dum diversas (1452) dictada por el papa Nicolás V en la cual se declaró:

Os otorgamos, por las presentes leras, con Nuestra Apostólica Autoridad, permiso total y completo para invadir, indagar, capturar y subyugar a los sarracenos y paganos y a cualesquiera otros no creyentes y emenigos de Cristo donde quiera que puedan estar, así como sus reinos, ducados, condados, principados y otras propiedades...y para reducir a tales personas al estado de siervos perpetuos
.

Confirmada por la bula Romanus Pontifex (1454) del mismo papa Nicolás V, debieron transcurrir 287 hasta que el papa Benedicto XIV emitió la bula Immensa Pastorum Principis hablando por primera vez contra la reducción a la esclavitud de los pueblos originarios del continente americano y otros 98 años hasta que el papa Gregorio XVI condenara directamente la esclavitud con su bula In supremo apostolatus.

Lo anterior, es decir, el hecho de considerar a personas como simples pedazos de carne no se reduce a los dos ejemplos concretos que he citado, sino que tomé ambos únicamente como analogía al punto tratado en la novela, es decir, la duda de que los clones tuvieran alma, al igual que ocurrió efectivamente con las personas de color y las mujeres en el pasado. Ejemplos de considerar inferiores o inservibles a otros seres humanos pueden verse a montones a lo largo de la historia: los nazis que persiguieron a los judíos en Europa, el appartheid que oprimió a las personas de color en Sudáfrica, el brutal régimen de los jemeres rojos en Camboya y la brutal represión vivida en la ex-Yugoslavia.

Todos esos actos de violencia extrema se vinculan, a mi entender, con el punto de esta novela, es decir, que los clones vienen al mundo a donar sus órganos y nada más, podría tenerse por una manifestación directa de desprecio a su humanidad, de manera absurdamente similar a la que ocurrió con los judíos a manos del III Reich, de las personas de color en el appartheid, de los camboyanos a manos de los jemeres rojos, etc.

Como lo dije al principio esta novela emana un desencanto profundo, se percibe de entrada por el tono nostálgico y dolido que emplea la narradora para relatar la historia. El libro tampoco tiene un final feliz, de hecho, puedo decir con todas las letras que me partió el corazón y el dolor me llegó hasta el alma. Pero algo he ganado, disfruté de una magnífica obra literaria, me embriagué con la prosa poética de Ishiguro y admiré el trabajo impecable del traductor. Ciertamente volveré a Ishiguro y espero de sus otros libros tanto como obtuve de este.

¿Qué obtuve en concreto? Pues confirmé que Thomas Hobbes tenía razón. No importa el entorno, sea a través de medios violentos o por métodos civilizados, el ser humano siempre busca oprimir al más débil y extraer ventaja de ello. O sea, el hombre es un lobo para el hombre.

Homo hominis lupus. Dixit.
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