Con Kazuo Ishiguro me siento un bicho raro: no me gusta, sus iniciales puntos de partida son interesantes pero no bien llevados y la historia termina por desinflarse. También es el caso de esta. Su principio es intrigante, atractivo, con un sin fin de buenas posibilidades para desarrollar. Y el autor no escoge la mejor de ellas. A partir del momento en el que se resuelve la clave principal del relato la cosa decae, y el descenso va adquiriendo velocidad a medida que vamos descubriendo todas las demás. Uno de los motivos principales de mi desafecto es la caracterización de los personajes: no me los creí en ningún momento. Me resultó escandalosa su falta de curiosidad y de rebeldía; la fácil y hasta satisfactoria aceptación de lo inaceptable; los lazos sentimentales tan endebles que se establecen entre ellos y hasta la frialdad de sus comportamientos. |