La mujer de la falda violeta

“La mujer de la falta violeta”, una novela que me recomendaron cuando hablé de cuánto me había gustado “La dependienta”
 
Aunque veo las similitudes entre ambas obras: novelas cortas, contemporáneas, escritas por autoras, con mujeres diferentes como protagonistas y en las que subyace cierta crítica a la sociedad japonesa actual (especialmente las dificultades de quienes no llevan una vida conforme a los estándares definidos como normales)… cada obra tiene su encanto y merece 100% la pena leer ambas, dado que el argumento es completamente diferente.
 
En “La mujer de la falta violeta” se nos narra el día a día de dicha mujer, caracterizada y conocida en su barrio por reconocible su vestimenta y su particular comportamiento. Conocemos cómo pasa su tiempo libre, qué le gusta comer, dónde trabaja, sus relaciones sociales y hasta sus conversaciones más íntimas a través de una suerte de narrador omnisciente, que, sin embargo, no es tal, puesto que la boca desde la que conocemos la historia es una mujer obsesionada con la mujer de la falda violeta, con la que desea entablar amistad.
 
Es una novela realmente particular, con una perspectiva muy diferente. Llena de descripciones, pero al mismo tiempo asombrosamente ágil, las páginas se te escapan entre los dedos. Tiene puntos muy divertidos dentro de un ambiente algo turbio cada vez que piensas que la novela te la está contando alguien que básicamente es una stalker de alguien que no tiene ni idea de que está siendo observada.
 
No puedo estar más enganchada a esta nueva corriente de autoras contemporáneas japonesas que llenan nuestras estanterías de novelas breves con historias profundas, de esas que te dejan pensando, que te enseñan las luces y las sombras del día a día de las mujeres en el Japón actual y sobre todo, que rompen con la imagen que tenemos de la literatura japonesa como algo sumamente erudito, complejo, lento y lleno de metáforas. Por supuesto hay obras así, pero la novela contemporánea japonesa es maravillosa y, queridos/as, hay (mucha) vida más allá de Murakami