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Crítica de Homolectus


Homolectus
22 February 2022
¡Bienvenidos al futuro! Estamos a 632 años de que apareciera el modelo T de Ford y con este, de la cadena de producción optimizada. Estamos en un futuro donde la idea de la cadena de producción ha permeado todo lo posible —y hasta lo imposible— y ha permitido la creación de una sociedad aparentemente ideal. La humanidad se ha despedido de cosas como la familia, la maternidad, la crianza y el labrarse un destino: ahora nos encontramos ante una sociedad en la que los humanos son producidos en cadena en laboratorios, reciben la educación necesaria para desempeñar las tareas para las que son aptos y donde cualquier deje de malestar, desánimo o cualquier otra sensación humana es saldada con la droga de las drogas: el todo poderoso soma.

En esta sociedad que se vende como la cúspide de la civilización, pero que tiene más tonos oscuros que brillantes en sus calles, nos encontramos con Bernard Marx y Lenina Crowne: un par de miembros de esta comunidad que muestran dos puntos de vista contrarios de la sociedad: Lenina es una buena ciudadana, es feliz, exhibe un comportamiento normal según lo dictado por su casta, pero sin muestra alguna de libertad de pensamiento. En el otro lado está Bernard, un tipo con un intelecto brillante hasta para su casta, pero que físicamente dista mucho de sus semejantes, que ha sido victima del rechazo y que no parece encajar del todo en su mundo. Ambos emprenden un viaje —hablo de un viaje real, no figurativo, ni arquetípico— lejos de la sociedad fordiana, quizás con ganas de encontrar afuera el motivo para recuperar su rumbo. Para sorpresa no solo de ellos, su regreso supone un cambio en la vida de más personas de las que creen y deja en el aire, en forma de un perfume que gotea constantemente en la sala, la cuestión de si ¿el trato que recibe el otro, el extraño, el desconocido, es el justo?

No cabe duda alguna de que Un mundo feliz es la obra maestra de Aldous Huxley (1894-1963) y la novela que moldearía la distopía como la conocemos hoy día. Si bien el subgénero distópico no se lo inventó Huxley —algunos años antes Yevgueni Zamiatin había hecho un trabajo bastante interesante en este campo en su novela Nosotros—, sí es el primero que dentro de su novela se plantea la cuestión del ¿cómo llegamos aquí?, pregunta central en las distopías que vendrían más adelante.

Con esto y las implicaciones que siguen a la premisa, Huxley construye una crítica a la sociedad actual desde múltiples panoramas: social, político, filosófico y estético, por mencionar solo algunas de las aristas de la obra. Desde un punto de vista histórico las distopías surgen en un momento de la historia menos brillante que antaño, un punto donde el “progreso” comienza a estancarse, las crisis se agravan, los estados cambian en respuesta a un alzamiento de la identidad y las historias de un futuro en el que todo es perfecto, los humanos han conquistado no solo el planeta, sino otros y la tecnología ha abierto un número casi infinito de posibilidades; no tienen mucho sentido, es hora de contar otros futuros menos utópicos, menos oníricos y más reales, quizás más posibles y más llenos de las partes de la naturaleza humana que aquellos sueños de la antigua generación pasaban por alto.

Un mundo feliz propone a lo largo de sus páginas un variado grupo de paralelos que son el centro de la discusión filosófica que propone el autor. El primero de ellos es el contraste propuesto entre la sociedad fordiana y la vieja sociedad —la nuestra—, y cómo la inversión de los valores llevó a constituir la sociedad fordiana. Más adelante nos encontramos con un paralelo entre lo utópico y distópico presente en ambas sociedades. Esta radiografía que hace Linda de ambas sociedades resulta demasiado reveladora y ratifica las conclusiones que se obtienen del momento citado antes. Finalmente, y de forma más contundente y con una mayor carga epistemológica que los dos paralelos anteriores, se nos presenta un enfrentamiento entre las ideas del racionalismo desnaturalizado que rige la vida en Londres, encarnado por Mustafá Mond, y la pasión y la búsqueda del sentido de la vida de forma individual, representado por John. Para mí este es el momento más potente de toda la novela y donde confluyen la mayoría de las ideas que se pusieron en el tablero antes de llegar acá. Es un momento concluyente no solo para la trama, si no además para intentar darle una respuesta a la gran pregunta de ¿cómo llegamos aquí?. Es a la vez un manual y un llamado de atención.

Mond es el único que parece entender en realidad de forma macro las necesidades e implicaciones de una sociedad como en la que se mueve. Entiende el papel que juega el sentimiento de soledad en el pensamiento crítico, lo fundamental de que los individuos asuman con beneplácito su esclavitud, la necesidad de conservar un sistema de castas bien diferenciadas en las que ninguno se cuestione sobre su contexto para mantener el equilibrio social y el poder que tiene deslegitimar una entidad como la familia para lograr una cohesión más grande y más lejos de cualquier atisbo de humanidad. Entiende, además, las crisis derivadas de todo esto, crisis que son fruto de los relictos de la evolución humana: la crisis de vocación, de identidad o de creencias que son intrínsecas a los humanos y que no dependen de su contexto más inmediato.

Si bien la novela es sobre el futuro, propone tres momentos de encuentro entre ambos mundos. El primero de ellos es histórico y es también uno de los momentos que se proponen como paralelo dentro de la novela, el segundo es la excursión que hacen Bernard y Lenina a Malpaís con el fin de conocer a ese puñado de incivilizados y el tercero es inmersivo una vez John viaja a Londres y ve con sus propios ojos el lugar del que tanto hablaba Linda. Tres momentos tan diferentes que ponen frente a frente a ambas sociedades con el fin de mostrar los valores propios de cada una de ellas sin necesidad de llegar a hacer juicios de valor sobre los sistemas.

Hay dos elementos que me parecen bastante curiosas. El primero es el origen del título del libro: Brave new world es una línea de Miranda en el acto V de la Tempestad de William Shakespeare:

O wonder!
How many goodly creatures are there here!
How beauteous mankind is! O brave new world,
That has such people in't.

Bajo esta perspectiva, la gente que habita el Mundo feliz dista mucho de ser aquella que admiraba Miranda en las líneas citadas. El segundo elemento es cómo Huxley se las ha apañado para construir todo un discurso que gira alrededor de las castas biológicas con tan pocos conocimientos sobre la tecnología genética disponibles en su época. Vale la pena recordar que el libro fue publicado en 1932 y que la descripción de la estructura del ADN —hito que es considerado el boom de la era del ADN— por parte de Watson y Crick fue en 1953. Seguro con esto en la cabeza y un par de cabos mal atados habrá algún necio diciendo en medio de las calles que todo lo hecho por los científicos está llevando a la humanidad casi que desbocados a una sociedad como la que describe Huxley, pero afirmar algo del tipo es desconocer todos los demás elementos que tiene la obra, las libertades creativas que se toma el autor y las veces que los científicos se la pasan diciendo “esto no pasa así”; que son más de las veces de las que juegan a ser seres malvados como algunos los pintan.

En Un mundo feliz también hay espacio para el manejo de la historia y el reordenamiento de esta en beneficio del estado. Lo cual parece paradójico si recordamos que nos encontramos en un mundo en el cual prima el condicionamiento prenatal de los individuos, pero que cobra sentido una vez se reconoce la principal falla dentro del sistema de castas de la sociedad fordiana: los humanos somos una especie social en lo más hondo de nuestra historia evolutiva y las sociedades que hemos formado lo hemos hecho de forma natural y en función de los intereses que nos han movido a lo largo de la historia. Si estos intereses, si estos fundamentos de las sociedades humanas se mostraran tal cual son, sin que Ford fuera el gran mesías de la sociedad, el sistema no tardaría en empezar a mostrar fugas que pronto devendrían en incontrolables.

John es el personaje que para mí tiene más matices dentro de la obra. Es un ente antinatural para la sociedad fordiana y es un extraño entre los salvajes. Conocer el lugar del que tanto le hablaba Linda dista mucho de ser la experiencia placentera que ella le prometió y las formas tan contrarias en las que la sociedad recibe a ambos es tan distinta que seguramente John pensaría que se han equivocado de lugar y no han ido al lugar de los sueños, si no a uno digno de pesadillas: La realidad conoce la distopia cara a cara.

De esta forma John parece no pertenecer a ningún lugar y ambos grupos sociales se encargan de repetirle cada tanto que hace parte del otro, no de este porque es diferente, porque no encaja, porque tiene otro origen. John intentará darse su propio lugar luego de reconocer lo peor de ambos lugares y rescatar lo que le pueda ayudar a soportar su realidad. En esta tarea se encontrará con las obras de William Shakespeare, que pronto se convierten casi que en su mantra y que no titubeará cada vez que amerite ser citado. Es casi como un encuentro de la vieja humanidad con la nueva como recuerdo de que los problemas actuales siempre tienen un eco en el pasado.

El final de Un mundo feliz es algo para lo que simplemente Huxley no prepara al lector. Está cargado de tantas imágenes, de tantas sensaciones, que parece que pasa en una ráfaga sin dar tiempo a que algunos personajes se cierren de una forma más prolija. Sin duda es un final con sinsabor, pero que no pierde el espíritu del libro y que siempre estuvo latente a lo largo de él: los planteamientos del autor sobre las implicaciones de un mundo como aquel que parece ser feliz, siempre y cuando se mire muy de lejos.
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