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Crítica de leleentrelibros


leleentrelibros
19 May 2021
Es la historia más extraña que leí en mi vida. Comencé leyendo esta novela con la escueta noción que se trataba de una distopía, qué tanto podría asombrarme después de le Guin, Lovecraft o una Agustina Bazterrica con su inolvidable denuncia en “Cadáver exquisito”. Si lo hizo fue especialmente por el choque cultural de mi vida en 2020 d.C. y la de Bernard Marx en 1908 d.F., tal y como le ocurrió a John que venía de una reserva de salvajes.

El libro “Un mundo feliz” del escritor británico Aldous Huxley versa sobre un futuro lejano en donde se han abolido conceptos tales como familia, monogamia, individualismo, Dios. Los hombres dejamos de ser vivíparos utilizando tecnología reproductiva y cultivando humanos. Descartamos diez pensamientos melancólicos con un gramo de soma, una droga posterior al mezcal y sin sus efectos secundarios. Todo el mundo es feliz, actualmente. Para luchar contra la confusión el poder ha sido centralizado y se han incrementado las prerrogativas del Gobierno. Se induce a amar la tarea asignada, la comunidad a través de la hipnopedia y los Ministerios de Propaganda.

Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Desde el mismo momento que se encuentran en un frasco son condicionados a un género, una clase, una ideología que los acompañará hasta su último suspiro.
Existe un gran contraste al respecto con nuestro siglo XXI, y resulta de la intensidad del condicionamiento. Cuando una mujer está embarazada (madre, qué obscenidad, se pondría escuchar de Lenina o de cualquier otro) se crean esperanzas de ese feto, cómo será, niño o niña, si será abogado como su padre o arquitecto como su madre, si tendrá hijos y me hará abuela, si será apuesto con cabellos rubios y ojos claros.

Hoy se ha puesto en marcha una revolución para eliminar todas esas inducciones a una vida que se considera perfecta en función a discursos verdaderos con efectos específicos de poder, otorgando la posibilidad a las personas de ser y vivir como lo sientan, acorde a sus deseos dentro de un contexto socioeconómico y cultural.

En cambio, en la sociedad que nos pinta Huxley se ha suprimido toda brecha de incertidumbre, de confusión, se ha cortado la libertad al punto que unas gotas de más de alcohol puede formarte con una estructura corporal inferior a los de tu clase, puedes nacer estéril, si te sumerges en estados como la soledad, la ira o la tristeza debes inmediatamente emerger olvidándolos mediante una tableta de soma o un sucedáneo de pasión violenta, la gran conciencia de clase Alfa, Beta, Gamma, Delta o Epsilon regula las relaciones con respeto o desprecio, se alaba el comportamiento neumático, los cuerpos esbeltos, eternamente jóvenes e infantiles considerados carnes para satisfacer el erotismo inherente y alimentado desde temprano en el ser humano.

Dios es Ford sin su concepto de deidad, Freud sin psicoanálisis. al igual que Auguste Comte propusieron un orden espiritual alternativo, no por falso sino por complejo. Impusieron el rito de la Orgía Porfía como servicio de solidaridad, admitieron la T como símbolo, prohibieron la biblia por antigua, repartieron soma en lugar de ostias.

Entre la ciencia pura y la felicidad, se inclinaron por la segunda en búsqueda de la consagración de la deseada estabilidad. Tres veces por semana entre los trece y los diecisiete años se repitieron el axioma hipnopédico de la ciencia lo es todo, para que ingenieros emocionales como Helmholtz practique una especie de ciencia supervisada por el Interventor Mundial de Europa Occidental, Mustafá Mond. Una ciencia no auténtica que permite tratar con los problemas más inmediatos y rechaza el verdadero progreso científico por considerarlo una amenaza destructora del sistema que creó.

Me pregunto qué hubiera pasado si el liberalismo al reemplazar la religión por la ciencia en el siglo XVIII hubiese volcado su lucha en el camino de la felicidad y no el individualismo a fines de alcanzar el bienestar general. Por supuesto que no se llamaría de tal modo la corriente, sobre todo el mundo no sería el mismo ¿Nos encontraríamos en los inicios de un mundo feliz? ¿Vale la pena pagar el precio por el equilibrio y la felicidad? Yo considero que no, como Mr. Salvaje exclamo a los cuatro vientos: ¡Reclamo el derecho a ser desgraciada!
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