—¡Eres tremendamente feo! ¿Y qué espera ella que haga contigo? —El animal le puso una pata en la rodilla—. ¡Está bien, pero te advierto que conozco a los de tu clase! Eres un adulador, y detesto a los lisonjeros. Supongo que, si te enviara al campo, mis perros te matarían en cuanto te vieran. —La severidad de su tono de voz hizo que el animal se acobardara un poco, aunque siguió mirándolo con la expresión de un perro ansioso por comprender—. ¡No temas! —lo tranquilizó acariciándole brevemente la cabeza—. Es evidente que la dama quiere que te quedes conmigo en la ciudad. ¿No se ha parado a pensar que tus modales dejan mucho que desear? ¿Has aprendido en tus devaneos cómo tiene que comportarse un animal al que admiten en la casa de un caballero? ¡Claro que no! —El postillón contuvo la risa, y al oírlo, Beaumaris dijo por encima del hombro—: Espero que te gusten los perros, Clayton, porque vas a tener que bañar a este ejemplar.
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