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Crítica de Guille63


Guille63
22 December 2023
Lo leí y lo disfruté en su día y lo leo y también lo disfruto hoy aunque de forma bien distinta y mucho más moderada, como aquel que todavía es capaz de alegrarse con la Navidad aun sabiendo que estos pocos días no son más que un mágico cuento para niños. Y traigo a colación la navidad pues su cercanía seguramente me ha condicionado para ver en «El lobo estepario» una versión adulta del famoso cuento de navidad de Dickens y en Harry Haller a un atormentado Sr. Scrooge, un misántropo elitista encerrado en su celda y dedicado a manosear sus monedas de oro, su soledad, su independencia, su amado Mozart y su admirado Goethe, esas raras individualidades con las que desea compartir la inmortalidad, pese al tormento y al renunciamiento que tal camino exige. Las visiones fantasmagóricas del pasado y del futuro del famoso cuento se tornan aquí en las posibilidades del presente que le mostrarán la enigmática Armanda, la deliciosa María y el lindo y musical Pablo.

“… era Armanda como la vida misma: siempre momento… Y lo mismo da que fuese todo ello alta sabiduría o sencillísima candidez. Quien sabía vivir de esta manera el momento, quien vivía de este modo tan actual y sabía estimar tan cuidadosa y amablemente toda flor pequeña del camino, todo minúsculo valor sin importancia del instante, éste estaba por encima de todo y no le importaba nada la vida…. se entregaba sencillamente al momento de tal suerte, que estaba abierta por entero, lo mismo que a toda ocurrencia placentera, también a todo fugitivo y negro horror de lejanas profundidades del alma y lo gustaba hasta el fin.”

La novela, de estilo directo y sencillo, es simbólica y filosófica, un recipiente dónde Hermann Hesse encarnado en Harry Heller vierte sus achaques morales y vitales para quemar a fuego lento sus contradicciones.

La primera de ellas y la más importante es su desatinada fe en el hombre para manejar su personalidad, esa en la que Harry Heller se siente encarcelado y cuya composición el autor simboliza en el manejo de unas figuras que representan los muchos yoes de Harry.

“Al que ha experimentado la descomposición de su yo le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que se quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad del juego de la vida.”

Porque una cosa tiene clara Hess, “sin amor de la propia persona es imposible el amor al prójimo”, y, por tanto, ese debe ser el objetivo, quererse a sí mismo, estar conforme con quién la fortuna ha dispuesto que seamos.

No obstante, esa fe en la plasticidad del alma humana no es más que un deseo cuya realidad el autor sabe, estoy seguro, improbable. Hermann Hesse…perdón, Harry Heller no se gusta, no le gusta su soberbia, su misantropía, su ensimismamiento, pero al mismo tiempo está orgulloso del lobo estepario que lleva dentro; se jacta de ser un hombre que ha pensado más que otros hombres y, sin embargo, asegura que “el que hace del pensar lo principal… ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará”; querría ser admirado como hombre distinguido e inteligente, pero no quiere dejar atrás lo espontáneo, lo salvaje, lo indómito, lo peligroso y violento; se debate entre la idea “de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal”, por un lado, y la de que el hombre es “un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad”, por el otro; ama su soledad y su independencia, del mismo modo que las odia por ser su condenación; se siente llamado hacia lo absoluto y, sin embargo, no pueden vivir en él; pretende seguir el tortuoso y tormentoso camino de los inmortales, pero su espíritu burgués lo aleja del sufrimiento que ello conlleva; cree que el único camino a la felicidad es la “anulación de la dolorosa individualidad” y al mismo tiempo quiere ser alguien cuya muerte signifique algo para alguna persona; su inclinación a saber y comprender chocan con su ansia de “vida, decisión, sacudimiento e impulso”; se complace en el “olor de quietud, orden, limpieza, decencia y domesticidad” y sin embargo odia al burgués postrado al dios de la mediocridad; quiere la paz interior y la tranquilidad de espíritu pero reniega de la autosatisfacción, “el cuidado optimismo del burgués, ésta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente”.

“Es verdad que este inteligente e interesante señor Haller había predicado buen sentido y fraternidad humana, había protestado contra la barbarie de la guerra, pero durante la guerra no se había dejado poner junto a una tapia y fusilar, como hubiera sido la consecuencia apropiada de su ideología, sino que había encontrado alguna clase de acomodo, un acomodo naturalmente muy digno y muy noble, pero de todas formas, un compromiso. Era, además, enemigo de todo poder y explotación, pero guardaba en el Banco varios valores de empresas industriales, cuyos intereses iba consumiendo sin remordimientos de conciencia. Y así pasaba con todo. Ciertamente que Harry Haller se había disfrazado en forma maravillosa de idealista y despreciador del mundo, de anacoreta lastimero y de iracundo profeta, pero en el fondo era un burgués…”

Reconciliar estos opuestos se presenta ante él como la solución a todos sus problemas existenciales. La solución que propone el mismo autor, vuelvo a estar seguro, no termina de creérsela, al fin y al cabo, además de que sigue sin estar exenta de contradicciones, no deja de ser un escapismo de igual calibre que el que promete la religión del burgués.

“Vivir en el mundo, como si no fuera el mundo, respetar la ley y al propio tiempo estar por encima de ella, poseer, «como si no se poseyera», renunciar, como si no se tratara de una renunciación”

Propone ser fiel a lo que se es, como lo son los animales, las flores las estrellas en el cielo, aunque no nos diga como lidiar con el ser que somos y que aborrecemos. Propone no abandonar la lucha aunque se sepa que esta es estéril. Propone creer firmemente en esa eternidad, ese “reino de lo puro”, “lo que está fuera del tiempo, el mundo del valor imperecedero, de la sustancia divina” al que se podrá acceder aunque no se llegue a la genialidad de un Mozart, basta con un noble actuar, con la pureza de sentimiento.

“Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart… Hay muchos santos que en un principio fueron graves pecadores; también el pecado puede ser un camino para la santidad, el pecado y el vicio”

En fin, propone “acostumbrarse a la vida y aprender a reír”, “venerar el espíritu que lleva dentro y reírse de la demás murga”. Nada más fácil, ¿no creen?


P.S. Hay cosas que no recordaba, cosas bastante perturbadoras que no sé bien cómo interpretar:

“El burgués es consiguientemente por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley, la responsabilidad por el sistema de votación.”

“Obedecer es como comer y beber. El que se pasa mucho tiempo prescindiendo de ello, a ése ya no le importa nada.”

Lo que sí queda claro es que el autor era partidario de la ingesta de sustancias susceptibles de abrir la mente a otras dimensiones, como si para encontrar la verdad no hubiera otra forma que estar intoxicado o quizás soñar. Tan claro como la consideración en la que tenía a las mujeres: si para Harry el objetivo era ser un Mozart o un Goethe, para Armanda, hija del diablo como él, la mayor ambición sería “ser la mujer de un rey, la querida de un revolucionario, la hermana de un genio, la madre de un mártir”.
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