Anoxia

Es consciente de que ese cuerpo que ella observa será diferente al que verá el joven viudo. Ella contempla el rostro aislado, la última imagen. Pero el marido y todos aquellos que hayan conocido a la mujer verán ahí solo un estado del rostro, un momento, el fragmento de una serie. Lo compararán con las facciones conocidas. Dirán: la enfermedad la consumió, con lo bella que era. Dirán: no se parece a quien fue. O dirán también: ahí está su esencia. No importa lo que haya sufrido. Es su rostro. Es su cuerpo. Sigue siendo ella. Incluso ahí. Mi mujer, mi hermana, mi hija, mi tía, mi amiga. Porque ahí, en ese rostro suspendido en el tiempo, están contenidos todos los rostros. La vida y la muerte, entrelazadas.

Es grande la cantidad de allegados que perdemos a lo largo de una vida. El amor y la amistad siempre llevan aparejado el duelo futuro. Por eso hay quien decide dejar de amar a los demás, por miedo a perder.

Imágenes sin gastar, que requieren una mirada lenta. Una mirada en tres pasos, decía Luis. Un movimiento inicial para entender lo que la imagen muestra dese su inusual punto de vista. Otro para relacionarlo con la experiencia previa que uno tiene del objeto -lo ya visto-. Y otro final que constata que lo que muestra la imagen y lo que está en nuestra experiencia previa nunca se ajustan del todo. Una mirada compleja, que piensa y hace pensar.

La distancia es siempre la posibilidad de no llegar a tiempo. Llegar tarde. Cuando ya nada tiene remedio.

Hay que ver la foto primero, antes de mirar por el objetivo. También ella lo sabe. Hacer la foto con los ojos antes que con la cámara.

¿Qué hay más inevitable y habitual que la muerte? Lo anómalo y lo terrorífico es tratar de quitarla de en medio, ocultarla y hacer como si no existiera. La fotografía mortuoria constata la única certidumbre que tiene el ser humano: su caducidad. Es una memoria del último momento, un intento de apresar la imagen del cuerpo antes de que desaparezca. Lo único que convierte ese acto de amor en una costumbre morbosa es la mirada actual.

Pero aguantar ahí la anima a seguir hacia adelante, aunque su movimiento se parezca al de esos personajes de dibujos animados que siguen corriendo sobre el precipicio hasta descubrir que ya no hay suelo bajo sus pies. Pura inercia.

Siempre la ha contrariado esa extraña prisa en sacar al difunto del edificio en que vivió, la necesidad imperiosa de quitarlo del medio cuanto antes. Sacarlo de la casa y sacarlo de la vida. Para que no la contamine ni la manche con su presencia. Llevarlo a ese espacio en mitad de ninguna parte, esa estructura abstracta diseñada para uniformar la memoria.

Aunque a veces podía ponerla de los nervios, había algo tierno en esa indecisión constante. Ella al menos lo sentía así. Porque más que una duda era una aceptación de que no todo tiene por qué saberse de modo inmediato, que existe el derecho a no tener las cosas claras.

Hay que ver la foto primero, antes de mirar por el objetivo. También ella lo sabe. Hacer la foto con los ojos antes que con la cámara.