Travesti

"Cuanto mayor es la incongruencia, mayor es la verdad."

Deslumbrado quedo por este inmenso libro de tan solo 119 páginas, por su belleza, por todo lo que encierra.

No es un libro fácil, es un relato críptico, uno de esos libros en los que se hace más verdad que nunca aquello de que una novela no está acabada hasta que no es leída. Por eso mismo, posiblemente, una buena parte de todo lo que diga aquí, y quizás diga demasiado, puede que no tenga sentido alguno para otros lectores del libro.

Esta novela, la que hice mía, me recordó mucho a otro escritor que ha pasado a ser uno de mis preferidos en los últimos años: Mircea Cărtărescu. Quizás todo radique en lo tremendamente sencillo que parece el estilo de ambos y los mundos tremendamente complejos que se llegan a percibir detrás de tan aparente sencillez. Uno nunca sabe a qué atenerse; la línea entre lo que puede ser una ficción realista y una auténtica melopea alucinatoria es extrañamente difusa.

¿Estamos ante un relato en presente de lo que está sucediendo? ¿Estamos ante la catarsis de un hombre engañado que fantasea con lo que cobardemente es incapaz de realizar? ¿Estamos ante un loco, un artista, un hombre desesperado?

“Confía en mí, pero no me creas”, “No hay nada más importante que la existencia de lo que no existe”, “La vida imaginada es más satisfactoria que la vida recordada.”

El relato es la carrera de un coche ocupado por dos hombres y la hija de uno de ellos que va aumentando la velocidad a medida que avanza; es un viaje pensado, diseñado, por el conductor pero en el que lo que al final ocurra (y esto me recordó a El ruletista, de Mircea) dependerá de la suerte, de que un coche pueda cruzarse en el camino, de que las ruedas resbalen en alguna curva, de que un peatón aparezca ante nosotros sin poder evitarlo. El conductor-narrador tendrá que salvar todos esos imprevistos hasta el final del viaje y conseguir el choque final, realizando así lo que para él sería una auténtica obra de arte, aunque solo una persona pueda abarcar el acto en toda su múltiple complejidad: la mujer del conductor, Honorine.

Nosotros, como los investigadores del accidente en el relato, asistimos perplejos al hecho narrado y barajamos múltiples posibilidades acerca de la intención del autor (“la inventiva desafía a la interpretación”). ¿Qué pretende, hacer real algo no real, salirse de la realidad, superarla o ponerse al lado en un plano paralelo en un acto loco, inexplicable? O todo esto no son más que pajas mentales y simplemente estamos ante el relato de un loco con un discurso incoherente y ambiguo. O quizás no es más que el monólogo desquiciado de un hombre trastornado por la traición de su mujer y su hija, amantes ambas del poeta que lleva o imagina que lleva en el asiento del copiloto, el poeta despreciado por su pliegue al mercado, a los honores, a su público. Y, por supuesto, inferirle un daño mortal a su mujer, matando todo aquello que es importante para ella, su marido, su amante y a su propia hija.

Qué más da, todo eso o nada y otra cosa; el propio relato es una gozada: la descripción que hace del resultado imaginado del accidente, el amor que desprende el retrato que hace de su mujer, la sensualidad de sus experiencias con su amante Monique o esos versos finales del libro:

“En algún lugar deben de seguir
El rostro no visto de ella, su voz no oída.”