Mi maravillosa librería

Pero hace tiempo que ya no basta con ser una buena librera: estás obligada, además, a cultivar otras disciplinas más: experta en marketing, publicista, diseñadora de páginas web, grafista, experta en organizar eventos, psicoterapeuta, etcétera.

Una librería tiene que estar llena de libros, llena de gente y llena de libreros entusiasmados. De esta manera, se gana menos, pero es bonito y, en general, divertido.

Ya sé que lo uno es literatura y lo otro entretenimiento. Son dos mercados y dos públicos totalmente distintos, pero al final todos son libros, sin más, que podemos o no podemos vender, que despiertan en el lector emociones, ya sea como consecuencia de un lenguaje bello o debido a lo atractivo de la historia que cuenta.

Resultaría muy sencillo que estuviésemos siempre contentos, pues los libreros tenemos, por lo general, pocas exigencias y nos interesamos, prácticamente, por todos los temas.

Para nosotros hay básicamente dos tipos de actos. Los que preferimos son los que se dirigen a los así llamados 'clientes finales': gente interesada que quiere ver al menos una vez en la vida a su autor favorito, que desea comprar allí mismo el libro objeto de la presentación y que es inmensamente feliz si se lo firman.

Pienso en lo aburrida que sería la literatura si sólo se comprasen aquellos libros que tuvieran algo que ver con las vidas de los lectores. Por ejemplo: soy contable, soltera, trabajo diariamente de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y tengo un gato. Desearía un libro que versase sobre mi situación vital.

La proximidad del trabajo y la vivienda tiene la desventaja de que, o bien lo único que se hace realmente es trabajar, o se tiene mala conciencia cuando no se trabaja, porque las tareas pendientes se perciben literalmente bajo los propios pies.

Si existe algo así como el destino, éste tiene con respecto a nosotros la mejor intención, pues es milagroso cómo las buenas almas vuelan a nuestro encuentro.

A mí todo esto me resulta como las famosas figuras imposibles de Escher. Las miras y sabes lo que estás viendo, pero cuando al cabo de un momento las vuelves a mirar, ves exactamente todo lo contrario.