Adiós, París

Estoy sola. Soy responsable de mi propio sonido, de mi propia vida. Este es el momento en que decido si soy escuchada o no.

Ella teme el mundo que le rodea, la crítica de los demás. Tiene miedo de que las limitaciones de los demás la contagien y la confundan, pero, siendo Nadia como es, sé que todo eso se le pasará.

He pasado demasiado tiempo sin correr riesgos en mi vida, sin atreverme a saltar por miedo a caerme.

Es un pasado incómodo, pero es el único que tenemos. No podemos cambiarlo, solo construir sobre él. Todo lo que nos ha sucedido es parte de la inversión que nos permite continuar hacia adelante.

De niña yo era tan tímida que me quedaba paralizada. Llevaba mi chelo como una armadura, me escondía detrás de su escudo y dejaba que él hablara por mí. Me mantenía ocupada ensayando, y vertía toda mi ansiedad en la música en lugar de entablar amistades. Mi forma de ser no ha cambiado mucho.

¿Acaso no es esa la belleza de la vida, Grace? ¿Esos momentos inesperados donde un giro incómodo y nefasto se acaba convirtiendo en una oportunidad como esta? He llevado una vida llena de sorpresas, querida, y de contrastes. No la cambiaría por nada del mundo.

La música es extraordinaria. Se eleva y vuela y cae en picado. Tiene luz y alegría, y después, de pronto, feroces explosiones de sombra y miedo. Es el equilibrio perfecto entre una melodía seguramente conocida pero luego no, es nueva.