Adiós, París

La música es extraordinaria. Se eleva y vuela y cae en picado. Tiene luz y alegría, de pronto, feroces explosiones de sombra y miedo. Es el equilibrio perfecto entre una melodía seguramente conocida pero luego no, es nueva. Esta melodía, es cómoda, atractiva y fácil de aprender y de tocar, pero es nueva.

Esta semana han llegado las primeras brisas frescas del otoño. Es mi estación favorita. Me encanta su elegancia, las hojas caídas, las señales de que todo estará desnudo y listo para un nuevo comienzo. El otoño me convence de que habrá un nuevo crecimiento, que llegará la primavera. Reafirma mi fe en el tiempo y el orden.

Quizá, cuando dejas entrar a otras personas en tu vida, este es el caos que se produce.

—Tienes que ser tú quien dirija tu vida, Grace —dice—, y no la sueltes, a menos que te veas obligada.

Tengo que hacer lo correcto. Solo si hago lo correcto podré superar el camino hacia el perdón.

Me doy cuenta de que en el amor no hay ganadores, por mejores intenciones que se tengan.

La única manera en que podré empezar a reconstruir mi vida es con honestidad.

Tengo que comenzar a encarar verdades desagradables.

Es la única persona con la que pude contar como punto de apoyo, para sostenerme, una fracción de seguridad para evitar que chocara contra el suelo. Por favor, que no sea él quien corte la cuerda.

En este comedor blanco, normal y corriente, con su mesa y sus sillas de pino omnipresentes, con la rutinaria alfombra color beis, con las escasas fotografías y pinturas... se había producido magia. El chelo nos hechizó, nos hizo creer que somos capaces de cumplir nuestras promesas, de esforzarnos por alcanzar nuestros sueños, de desterrar nuestros miedos.