Cada mesa un Vietnam: Sobre el oficio del periodismo

La primera opinión que el periodismo da sobre un hombre es la decisión de ocuparse de él.

La pequeña guerra que libra cada periodista está perdida de antemano si no se practica correctamente el oficio. Este libro puede ayudar un poco, tal vez, a evitar la derrota. O al menos a demorarla.

El periodismo no es una herramienta de evangelización ni un órgano de propaganda y, en todo caso, cuando pierde su mirada crítica, deja de ser periodismo. Y esa es la parte difícil, porque implica abandonar una orilla muy confortable y segura que se llama corrección política y con la que este oficio debería llevarse a patadas.

Los comunicados institucionales están repletos de términos como «empoderamiento», «objetivos de desarrollo sostenible», «viabilidad», «formulación de indicadores». Esas palabras son buenas para eso: para los comunicados institucionales.

En la escritura periodística no solo importa lo que se dice, sino cómo se dice.

Las estadísticas importan, los datos importan, los detalles técnicos importan, pero si queremos que esas estadísticas y esos datos y esos detalles técnicos cuenten una historia que deje, en los lectores, el rastro que deja un texto inolvidable, hay que huir de las miradas burocráticas y de las prosas embalsamadas.

Quizá la definición de lacrónica que más me gusta es una que no he escuchado todavía: un texto periodístico que se ocupa de lo que no es noticia.

La información —tal como existe— consiste en decirle a muchísima gente qué le pasa a muy poca: la que tiene poder. Decirle, entonces, a muchísima gente que lo que debe importarle es lo que les pasa a esos. La información postula —impone— una idea del mundo: un modelo del mundo en el que importan esos pocos. Una política del mundo.

Todo texto —aunque no lo muestre— está en primera persona. Todo texto dice en primera persona, aunque esté escrito en tercera.

En España no se patrocina, no se promueve y no se estimula el periodismo.