El sol brillaba con fuerza en Borgoña a pesar de las pequeñas nubes blancas que proyectaban su sombra sobre colinas y valles. Benvenutto, al volante de su Bugatti, cantaba canciones provenzales. Atravesaron numerosos pueblecitos, a cual más pintoresco, cada uno con su inevitable château, algunos bien conocidos por los amantes del vino. Una emocionada Julia miraba con curiosidad esas hermosas casonas de torres puntiagudas rodeadas de viñas. Solo el hecho de haber cruzado el canal parecía haberle insuflado vida y energía. Hasta Agatha, casi enterrada al fondo del coche bajo innumerables capas de chales y bufandas, parecía de mejor humor e intentaba unirse al coro de Benvenutto. —¡Muy bonita! —exclamó al final de la canción Les fraises et les framboises.