los dedos aferrados a su hombro. Le apretaban con fuerza, y para algunos incluso habría resultado doloroso, pero para el violonchelista era justo lo contrario. Los dedos en su carne le comunicaban que era amado,
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los dedos aferrados a su hombro. Le apretaban con fuerza, y para algunos incluso habría resultado doloroso, pero para el violonchelista era justo lo contrario. Los dedos en su carne le comunicaban que era amado,
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Podrían llenar de tumbas hasta el último palmo de tierra, podrían convertir todos los parques y todos los campos de fútbol y todos los jardines en cementerios, y, aun así seguiría habiendo muertos.
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El violonchelista abre los ojos. La tristeza que ella había advertido en su rostro ha desaparecido; no sabe adónde ha ido. Él alza un brazo y su mano izquierda sujeta el mástil del violonchelo, la derecha dirige el arco hacia la escotadura. Es lo más hermoso que ha visto en la vida. Cuando las primeras notas brotan, son, para ella, inaudibles. El sonido se ha desvanecido del mundo.
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Si, tras varias horas, ve que la esperanza no regresa, hace una pausa para recomponerse, y luego él y su violonchelo rescatan pacientes el Adagio de Albinoni del arrasado museo de Dresden y lo trasladan a las calles de Sarajevo, horadadas por el mortero e infestadas de francotiradores.
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La leyenda de Sleepy Hollow es un relato corto de terror y romanticismo, se desarrolla en los alrededores de...