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Crítica de Guille63


Guille63
16 March 2023
“Siempre creí que los muertos debían tener sombrero.”

Acababa de terminar de leer “Recuerdos del porvenir", de Elena Garro, lectura que insisto en recomendar desde aquí, en la que los personajes parecen ser arrastrados por un destino fatal para el que actúan conscientemente aun en contra de sí mismos. Nuevamente encuentro aquí la misma condena:

“A veces creía que Meme iba a llorar mientras hablaba. Pero se mantuvo firme, satisfecha de estar expiando la falta de haber sido feliz y haber dejado de serlo por su libre voluntad.”

“No era yo quien disponía las cosas en mi hogar, sino otra fuerza misteriosa, que ordenaba el curso de nuestra existencia y de la cual no éramos otra cosa que un dócil e insignificante instrumento. Todo parecía obedecer entonces al natural y eslabonado cumplimiento de una profecía.”

Y, sin embargo (o puede que no sea algo tan distinto), el centro de la trama de la novela es justamente el acto decidido que un buen hombre lleva a cabo en contra de la unánime opinión ajena y de lo que su familia le pide por una promesa hecha a un médico dejado de la mano de dios y odiado por todos… por casi todos.

“Me acordé de su vida, de su soledad, de sus espantosos disturbios espirituales. Me acordé de la indiferencia atormentada con que asistía al espectáculo de la vida.”

Este buen hombre, el coronel, pertenece a una época anterior a la aparición de la hojarasca, la marabunta que llegó persiguiendo a la compañía bananera que se asentó en el pueblo de Macondo y que no abandonó hasta esquilmarlo y dejarlo empobrecido y maltrecho, con gente “cesante y rencorosa, a quien atormentaban el recuerdo de un pasado próspero y la amargura de un presenté agobiado y estático” (otra vez el tiempo estático, tan importante en la novela de la autora mejicana que antes cité). Una hojarasca “revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil”, que en los tiempos prósperos “quemaba billetes en las fiestas… que lo menospreciaba todo, que se revolcaba en su ciénaga de instintos y encontraba en la disipación el sabor apetecido.”

La promesa, enterrar al médico. El momento, el día en el que el médico aparece ahorcado en su casa. En su cumplimiento le acompañarán su hija y el hijo de esta, y de los tres en primera persona iremos conociendo la historia que rodea la muerte y su entierro, y la iremos conociendo morosamente en una concatenación a tres manos de momentos pasados y emociones presentes. Los momentos pasados se nos presentarán en el desorden que las mentes de los narradores experimentan. Y no se crean que llegarán a saberlo todo, ni ellos parecen estar interesados en que sus lectores descifren todas las claves del relato ni creo que ellos mismos las conozcan todas.

Y como no nos gustan los huecos en las historias intentaremos rellenarlos como buenamente podamos y sepamos, siempre bajo las condiciones que nos imponen nuestra naturaleza y nuestros prejuicios. Nos equivocaremos, con bastante probabilidad, como quizás se equivocaban los habitantes del pueblo en su odio. La mezcla de ignorancia e inclinaciones nunca ha sido buena consejera. A la gente le gusta el escándalo, lo enrevesado y escabroso antes que las explicaciones simples o compasivas. Siempre habrá quién se crea la historia de que a la hija del barbero la violó un espíritu y a quién no se la dé la mosquita muerta de la hija del barbero. Y no habrá forma de disuadir a quién esté convencido de que “en la cocina hay un muerto que todas las noches se sienta, sin quitarse el sombrero, a contemplar las cenizas del fogón apagado”. al menos, y en vista de ello, intentemos no propagar rumores, tan frecuentes en aquellos lares y, qué demonios, en estos también.

Su primera novela no está entre lo que mejor sabe hacer el autor, por lo que, aunque se lee con gusto, las 3,5 estrellas las he redondeado a la baja con el fin de que ello le sirva de estímulo para convertirse en un patriarca de las letras o pene con cien años de soledad.
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