Donde no había lobos

La muerte había traído consigo un silencio atroz. A través de las ventanas solo se colaban murmullos y suspiros lejanos. Nada de risas, nada de conversaciones ni de charlas a la luz de la luna.

Hijo, la muerte en vida en la que te sumes cuando pierdes a un ser querido es la única muerte que temo.

Esperaba (sin prisas, pues nadie aguardaba su regreso) a que la primera estrella de la noche estrenara el firmamento y, entonces, continuaba caminando sin mirar al suelo hasta llegar a una zona escondida, recóndita, salpicada de lagos de agua dulce, azules y eternos. Sentada sobre una piedra aplanada por la erosión del viento, se maravillaba con el espectáculo que la noche preparaba sobre el agua en calma, y, en ese momento, solo en ese momento, conseguía que su terrible soledad se disipara como por ensalmo.

Y la vieja les contó todo aquello que se morían por no saber.

El rencor y la aprensión enrarecían el ambiente de la gran sala rectangular donde se iba a celebrar el encuentro.

Temer la propia muerte es un absurdo del ser humano, ¿no crees? La muerte en vida en la que te sumes cuando pierdes a un ser querido es la única muerte que temo.