Donde no había lobos de Pepa G. Lillo
Esperaba (sin prisas, pues nadie aguardaba su regreso) a que la primera estrella de la noche estrenara el firmamento y, entonces, continuaba caminando sin mirar al suelo hasta llegar a una zona escondida, recóndita, salpicada de lagos de agua dulce, azules y eternos. Sentada sobre una piedra aplanada por la erosión del viento, se maravillaba con el espectáculo que la noche preparaba sobre el agua en calma, y, en ese momento, solo en ese momento, conseguía que su terrible soledad se disipara como por ensalmo.
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