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Se trata de una novela ambientada en los últimos años de la Inglaterra victoriana (1899) y creo que entra perfectamente dentro de lo que se llaman “cozy mysteries”. Esto viene a significar algo así como “misterio acogedor”, es decir, hay un asesinato o algún otro crimen y un misterio que resolver, pero no es exactamente un thriller o novela negra, solo una historia de detectives (que es justo lo que a mí me gusta). En este caso, la “detective” de turno es muy particular: la joven condesa viuda Frances, que nos lo narra todo en primera persona: su recién adquirida independencia (se va de la casa familiar de su marido) y la dificultad de encontrarle pretendiente a su hermana cuando uno de los tres candidatos podría ser un ladrón de joyas o incluso un asesino. Lo he disfrutado mucho. Desde luego es un libro que pertenece totalmente a mi zona de confort: ¿combinar los bailes de la temporada londinense con un misterio a lo Agatha Christie? Dadme más, por favor. Aunque sí que diré que algunas partes del misterio han sido bastante más predecibles de lo que ocurre con Agatha Christie, pero de todas formas yo me lo he pasado muy bien leyéndolo. Los personajes me han gustado mucho. Creo que cada uno aporta un toque diferente a la historia y todos tienen su razón de ser en la historia. Frances es una buena protagonista, he sentido simpatía por ella desde el primer momento y la verdad es que su personalidad tiene un toque gracioso que hace muy amena su narración. Eso sí, la advertencia final, por si el estilo de portada y quizás la ambientación os confunde: no es un libro romántico. Sí que hay tintes de una posible relación romántica, pero si se llega a desarrollar (que yo espero que sí porque ese personaje masculino la verdad es que me cae muy bien), será como mínimo a partir del segundo. |
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