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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
Cada vez estoy más convencido de que la forma, el estilo, es lo que marca la diferencia en un relato, mientras que lo contado no deja de ser una condición necesaria pero insuficiente y pudiera ser que ni siquiera fuera necesaria. Comprendo perfectamente a Flaubert cuando desea…

“Lo que me parece hermoso, lo que quisiera hacer, es un libro sobre nada, un libro sin atadura externa, que se mantuviese por sí mismo por la fuerza interna de su estilo, como la tierra sin ser sostenida se mantiene en el aire, un libro que casi no tuviera tema o al menos en el que el tema fuera casi invisible, si puede ser.”.

Pues bien, ese estilo, esa forma que tanto le costó al autor conseguir en su novela, es lo que no he sabido disfrutar como seguramente debiera. Parafraseando al autor, hay perlas, magníficas, brillantes, pero el collar no acaba de sentarme bien.

Todo lo demás funciona. La trama está perfectamente estructurada, desarrollada y bien contada, a veces espléndidamente bien contada. Los argumentos, interesantes, desde la crítica social (aunque ahora algunos de los personajes nos puedan parecer clichés) hasta ese tema, el principal, tan bien resumido en la frase siguiente:

“Agostando toda dicha a fuerza de quererla demasiado grande.”.

Y Emma, el gran personaje que no puede dejar indiferente a nadie, lleno de matices y ante quien nuestra postura nos calificará sin remedio.

“Acostumbrada a las cosas tranquilas, se inclinaba, por contraste a las accidentadas. le gustaba sólo el mar por las tempestades, y el verde sólo salpicado entre ruinas. Necesitaba sacar de las cosas una especie de provecho personal; y rechazaba como cosa inútil todo lo que no contribuía al consumo inmediato de su corazón, pues de temperamento más sentimental que artista, buscaba emociones y no paisajes.”.

Habrá quien alabe su rebeldía ante todo aquello que no cumple sus elevados requisitos, quizás quiméricos; habrá quien critique su egoísmo; habrá quien guste de su rabiosa búsqueda del goce, de la aventura excitante, ese gusto tan wildesiano por lo superfluo; habrá quien le reproche su personalidad caprichosa e irresponsable; habrá quien guste de su ingenuidad, su frescura, su inconsciencia; habrá quien rechace su cursilería, su romanticismo folletinesco… y habrá a quien todo ello le parezca la composición magnífica de un ser humano.

Mi edición de la novela (traducción de Consuelo Bergés) viene rematada con la correspondencia del autor en la que se alude a la novela, y en la que encontré algunas cosas sorprendentes.

Lo primero es que la personalidad del autor no ayuda mucho a encariñarse con su obra, cosa de prejuicios a los que soy especialmente sensible. En este sentido, estoy absolutamente de acuerdo con Flaubert cuando dice aquello de que “los ídolos no hay que tocarlos: se queda el dorado en las manos.”

En segundo lugar, me llamó mucho la atención la posición del autor frente a sus personajes y frente al tema de la novela:

“Piensa que tengo que entrar a cada cinco minutos en pellejos que me son antipáticos.”

“A veces la vulgaridad de mi tema me da náuseas, la necesidad todavía en perspectiva de escribir bien tantas cosas vulgares me aterra.”

“Tengo que hacer grandes esfuerzos para imaginar mis personajes y después para hacerlos hablar, pues me repugnan profundamente.”.

Lo cual, según su propio argumentario, suponía un punto a su favor.

“Cuanto menos se siente una cosa más apto se es para expresarla exactamente”

“No hay nada peor que poner en arte sentimientos personales (..)Tu corazón, alejado en el horizonte, lo iluminará en el fondo en lugar de deslumbrarte en el primer plano.”.

Y, por último, me sorprende el sufrimiento con el que escribió la obra, el hercúleo esfuerzo que le suponía cada página, cada frase, casi cada palabra. (aunque no descarto el, como dirían mis hijos, simple postureo).

“Me da vueltas la cabeza y me arde la garganta de haber buscado, bregado, cavado, contorneado, tartamudeado y gritado, de cien mil maneras diferentes, una frase que por fin acaba de terminarse. Es buena, respondo de ello, ¡pero no ha salido sin esfuerzo!”.

Un tipo de comentario que se repite hasta la saciedad en las muchas cartas que escribió durante los cuatro años que tardó en concluir la novela, pero, cómo el propio narrador llega a decir:

“La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover las estrellas”.
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