Recuérdame por qué he muerto

Si corres en círculos, lo harás eternamente

El mundo es para los que se atreven. No para los fuertes, al fin lo había entendido, sino para los que se atreven a cumplir sus deseos.

Rio. Rio a carcajadas. Y su risa se me coló por entre las costuras de la ropa y anidó allí, como una infección que hace suya cualquier herida esperando a que bajen las defensas.

No temía la caída, sino el fracaso. Eso nos pasa a los cobardes, que perdemos el tiempo imaginando todo lo que puede salir mal, cuando a veces todo es tan fácil como dar un salto.

Os empeñáis en vivir, aunque sabéis de sobra que perderéis la batalla. Nacéis para morir y, aun así, seguís luchando.

Ninguna vida es inútil y ninguna muerte es en vano porque cada hombre es lo que han sido todos sus predecesores.

Decía que los humanos vivimos en una búsqueda infinita de complementos. Amigos que nos completen, familias que nos agranden, amor que lo llene todo. Como si la escasa vida que acumulamos en estos cuerpos efímeros se hiciera más fuerte al juntarse con otros.

«Estáis condenados a morir desde el día que nacéis y aun así nunca estáis preparados», me había dicho mil veces.

Tomar decisiones es de fuertes y yo siempre he preferido correr para darle esquinazo a la vida.

Nadie muere de verdad hasta que ve morir a otro.