Las vírgenes suicidas

Un libro que está relatado como una crónica que trata de recomponer una tragedia anunciada ya en el título de la novela, y que empieza con el intento de suicidio de Cecilia, la menor de las hermanas Lisbon, autora de esa cita tan bonita que es la respuesta que le da al médico cuando le dice que es muy joven para conocer los sinsabores de la vida: “Evidentemente, usted nunca ha sido una chica de 13 años”. Como si con esa razón bastase, como si la entrada en la juventud provocase suficiente dolor como para terminar con la vida.
La novela me recuerda “A sangre fría” donde también conocemos el resultado de antemano y vamos descubriendo los detalles a través de una crónica documentada. No obstante, no hay nada de frío en esta novela, al contrario. Está narrada a través de unos chicos del vecindario, que se dicen enamorados de las hermanas y tratan de desgranar los motivos de las chicas, pero que en realidad no saben nada de lo que ocurre en su interior, como esa casa, que se va abandonando como un barco a la deriva, la casa donde las chicas son encerradas por sus padres, y donde todos se hunden en una cotidianeidad lenta y aburrida, y en una historia sinsentido, en la que no se explica absolutamente nada.
Las chicas tenían tan poca vida que se les tenía que asignar una, desde la incipiente entrada en la adolescencia y la sexualidad.
Tal vez, no son las cinco hermanas las que mueren, sino un mundo sin certezas el que desaparece con ellas, un mundo decadente que se “empeña en ser constantemente feliz” alrededor del olor putrefacto del lago mientras las familias del vecindario continúan celebrando sus fiestas y jugando al paddle, como si la muerte no existiese.
Cecilia, al abrirse las venas y después consumar el suicidio tirándose por la ventana, deja escapar un virus que contagia a las hermanas y a todo lo que le rodea como una plaga. Igual que el olmo que el ayuntamiento ordenar cortar porque está infectado por un parásito y puede contagiar a los demás. al final, van cortando todos los árboles y no queda ni el de los Lisbon que las chicas logran salvar, pero solo por un tiempo porque está condenado de todas formas. Un mundo donde destacan esas moscas del pescado, que tras abandonar su estado larvario mueren en 24 horas sin haber tenido ni tiempo para comer.
Nos quedamos con esa sensación de historia no contada con narradores poco fiables que reúnen testimonios contradictorios, y en la que lo más destacable es la ambientación misteriosa, sensual y ese atractivo romántico hacia la muerte.
A las chicas del barrio que no se suicidan les espera la universidad, el marido, el cuidado de la prole y la infelicidad, como dice la obra. No sabemos si las hermanas pretendían escapar de eso, pero lo cierto es que ellas buscaron ayuda en las estampitas que dejaban en el buzón de uno de los chicos, en sus mensajes en código morse que ninguno descifró a tiempo.
Al entrar en la casa para descubrir los cadáveres, los chicos encuentran una casa detenida en el tiempo y consumida por el dolor de quiénes no supieron llevar la situación, al igual que el sabor que nos deja la lectura del libro.