Las vírgenes suicidas

Hay libros que uno no puede dejar de leer, aunque ya conozca el desenlace desde el comienzo. Sabemos que las cinco hermanas Lisbon, unas adolescentes de entre trece y quince años, se quitaron la vida en menos de un año. Y, aunque la acción es mínima, la ambientación nos atrapa. Cinco personajes que casi podrían pasar como uno, ya que suelen aparecer casi siempre en grupo, que, durante sus breves existencias, han fascinado a los chicos del barrio. Siempre diferentes e inalcanzables. Destinadas a convertirse en mito, rodeadas de misterio, condenadas a ahogarse en ese hogar denso en el que se vieron obligadas a respirar.

Veinte años después, las Lisbon se habían convertido en mito para los jovencitos que hubieran querido romper su aislamiento. Los recuerdos de la madre represiva, de estricta moral, el ambiente, en sí mismo, opresivo... evocan a la Bernarda Alba lorquiana. Esa casa, cada vez más abandonada, con el padre dócil, que acepta de buen grado las normas de su mujer, va devorando cualquier esperanza de salvación desde la primera muerte. Aumentando los rumores. Y también el deseo.

Las vírgenes suicidas (1993), de Jeffrey Eugenides es un viaje es un viaje que empieza y termina en el mismo punto. Tal vez uno pueda creer que no le contará nada tan relevante como para que merezca la pena comprar el billete. Pero en ese trayecto uno descubre que no acabará igual. Es imposible no sentir la asfixia, la primavera frustrada, el interés y el dolor. No reflexionar en qué puede derivar una protección excesiva, qué puede estar sucediendo dos puertas más allá, que nos helaría la sangre. Todo eso que esconde aquello de lo que tanto se habla. Y qué hacemos - o no - con ello y cómo eso puede tener unas consecuencias fatales. La pregunta no es si te interesa comprar el billete, como ves, radica en si estás dispuesto a pagar el precio que te costará el viaje.
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