Ni aquí ni en ningún otro lugar

Ni aquí ni en ningún otro lugar viví yo, que hubiera sido la hija fea de un rey en el caso de que este cuento no estuviera mintiendo desde la primera palabra. De un rey que, si yo ahora no estuviera engañándote de principio a fin, habría sido sin duda un monarca bondadoso y querido por todos sus súbditos.

Por eso, ahorrándose lloriqueos que sabían inútiles, los dos hermanitos se pusieron en pie, amarillos y tiesos de frío como dos velitas de cumpleaños olvidadas en la trastienda de un almacén

La historia comienza tal y como te la contaron, eso es verdad. Hay en ella una choza que no llega a cabaña, situada en un monte a medio camino de ninguna parte; una casucha fea a la que nadie hubiera podido llamar hogar sin sentirse algo avergonzado y en la que algunas veces, en lo más crudo del invierno, irrumpía de pronto un viento capaz de arrancar los postigos de cuajo con la furia desafinada de una marido borracho