La segunda venida de Hilda Bustamante

He intentado saborear cada página de esta novela, pero me ha durado un suspiro porque ese comienzo bestial, esa premisa de una originalidad tremenda, me han cautivado hasta caer rendida a los pies de Hilda.

Hilda se despierta en su tumba con la boca llena de gusanos y regresa al mundo de los vivos. Pero, ¿cómo reaccionan los suyos ante tal resurrección? ¿Cómo pueden digerir tal cosa su marido Álvaro, su nieta adoptiva Amelia o sus amigas devotas? Volver de entre los muertos es asistir al duelo más perturbador en aquellos que amas: el tuyo propio.

El realismo mágico está muy presente, al igual que el extrañamiento, una mezcla de horror y asombro en la que Hilda encuentra una virtud. Es la misma Hilda pero también inédita: se redescubre. Se reencuentra además en los objetos que atesoraba. Porque los objetos dicen mucho más de nosotros de lo que imaginamos.

Encontramos mucha ternura y humor. Ternura en cómo se tejen las relaciones, en el sostener esa manita de Amelia, abrazarse a ella para no caer en el abismo de la pérdida. Ternura en la honestidad del matrimonio con Álvaro pese a las dificultades. Ternura en la maternidad ganada por derecho en una casa que evoca un nido protector. Ternura en los viajes en bicicleta.

Me ha encantado la sororidad de Hilda con sus devotas, aunque esta brote en un escenario tan conservador. Las historias de cada una de ellas, con sus secretos y sus carencias. La esperanza reposada en Hilda.

Y el humor. Qué habilidad para hacernos reír: la imagen de Hilda en el campanario, el encuentro de la no muerta con el padre Roberto en la iglesia. Qué bien contado, qué deliciosos momentos.

Me ha sorprendido que se trate de la primera novela de la autora. Porque la escritura fluye con apariencia sencilla pero se intuye una labor esmerada: en la estructura, con capítulos breves con finales que dejan la boca abierta; en el lenguaje luminoso, cercano y exquisito a la vez; en la empatía a la hora de crear los personajes.

Contar más sobre esta lectura sería quitar el privilegio de la sorpresa. Solo añadir que me ha dejado el corazón calentito.

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